martes, 30 de abril de 2013

Prólogo al Cancionero. Manuscrito de la Biblioteca del Palacio Real de Gómez Manrique (New York: National Hispanic Foundation for the Humanities, 2013 edited by José I. Suárez. ix-xvii)

Para ver la versión publicada, pulsar aquí

Prólogo

Ignacio López-Calvo
University of California, Merced
 

   A pesar de ser uno de los más famosos vates de su época, la obra del soldado, poeta y dramaturgo medieval palentino Gómez Manrique (ca. 1412-ca. 1491), sobrino del Marqués de Santillana y tío del poeta Jorge Manrique (quien acabaría imitando su copla de pie quebrado o estrofa manriqueña), no se publicó hasta 1885, cuando Antonio Paz y Mélia editó por fin su Cancionero. Tras varias otras ediciones, José I. Suárez nos ofrece ahora una nueva versión corregida y refinada que merece la pena descubrir. 

   Tras ser nombrado corregidor de Toledo como premio a su fidelidad a los Reyes Católicos, Gómez Manrique tuvo un destacado papel en la protección de los judíos conversos, quienes padecían por aquel entonces el constante acoso del resto del pueblo. Así, explica Antonio Paz y Mélia en su introducción de 1885: 

            De su humanidad y elevación de sentimientos queda también evidente muestra cuando en 1484, á raíz de la persecución de los judaizantes de Andalucía, donde, según Palencia, fueron quemados en tres años, y sólo en Sevilla, cerca de 500, sin contar los que huyeron ó fueron condenados á cárcel perpetua, se pretendía hacer inquisición acerca de la vida y costumbres de los de Toledo. Temerosos los moradores de las funestas consecuencias           que el hecho podría acarrear á la ciudad, que ya había sufrido tres ó cuatro veces graves    alteraciones por causa de aquéllos, rogaron á su Corregidor Gómez Manrique que evitara la pesquisa; y este ilustre varón, dice el mismo Palencia, dotado de suma nobleza, y escudado en la autoridad que le daban su prudencia y su justicia, logró persuadir á la   Reina, por multitud de razones, de la conveniencia de aplazar aquella medida, librando así la vida de muchos desdichados y á la ciudad de escenas dolorosas. (xxiv-xxv) 

No obstante, Gómez Manrique seguía siendo un hombre de su época y su cancionero refleja, como era común en los textos de la época, una rancia judeofobia que había infiltrado hasta el vocabulario de la lengua castellana. Según se observa en la presente edición, junto a la inevitable representación del "moro" como la otredad indiscutible del caballero cristiano español, se observa el céntrico papel que tenían el judío y lo judío en el imaginario colectivo de una España que, a pesar de todo, empezaba a entrar ya en el Renacimiento. Así, las referencias al pueblo judío en el Cancionero son numerosas:  

            Primero seyendo cortadas
            las vñas e los cabellos,
            podían casar entr’ellos
            sus catiuas aforradas
            los judíos, y linpiadas,
            fazerlas ysrraelitas
            puras, linpias y benditas,
            a la su ley consagradas. 

 Nuevas referencias más o menos neutrales reaparecen en el manuscrito: 

            Y los sentimientos míos
            fueran mezclados con lloros,
            sy bien commo fueron moros,
            vos catiuaran judíos,
            porque commo çahareño,
            ¡qué donayre!
            conoçiérades el ayre
            de pequeño. 

O más adelante: 

            No penséys qu’el Macabeo,
            mas el que desesperó,
            porque syendo byuo yo,
            a tal onbre medrar veo
            con sus trobas d’almazén,
            forjadas de hierro viejo,
            no con fuego, mas con frío.
            ¡O, Señor, no fagáys byen
            a ese gordo vençejo,
            que fue, commo yo, judío! 

   Pero el tono no tarda en enturbiarse a medida que va avanzando el manuscrito. La judeofobia popular se refleja, por ejemplo, en expresiones como la de "toro judío", donde se sobrentiende la cobardía del pueblo hebreo: 

            E como toro judío
            busca por donde fuyr,
            andaua del todo frío
            desde las cuestas al rryo
            catando por do salir; 

La palabra "judío" vuelve a ser antónima de "esforzado" o valiente en los siguientes versos: 

            Qué será de mí, sandyo,  
            a quien vos avéys tornado
            d’esforçado tan judío
            e de libre, catyuado? 

En otras estrofas Gómez Manrique critica a personajes judíos concretos, como aquel que arruina a un pariente suyo por medio del juego: 

            Sabe Dios que me pesó,
            amado pariente mío,
            del encuentro que vos dio
            aquel puto de judío;
            sope que vos encontrara
            en la buelta del escudo,
            e que sin rronper la vara,
            vos dexó medio desnudo. 

Y siguiendo la tradición judeófoba popular, un personaje critica a un judío el que su pueblo "matara a Dios": 

            E luego dixistes vos
            estas palabras ally:
            —Avnque matastes a Dios,
            no penséys matar a mí;
            si a todas suertes arreo,
            no dezís, pues me ganáys,
            en la mi ley yo no creo,
            sy vos no me lo pagáys. 

El contexto bíblico continúa contextualizando la vida de los judíos españoles en otros pasajes abiertamente antisemitas: 

            —Vosotros con otro engaño
            adorastes Dios estraño
            con el bezerro de plata;
            y pues soys tan desonestos
            contra mí, que bien me rrigo,
            judíos, groseros çestos,
            fazed sacrifiçio d’estos,
            commo Abrahán de su hijo.

O haciendo uso de un humor sarcástico, se hace burla del aspecto físico del pueblo hebreo: 

            Eres para loco frío,
            y para cuerdo, vellaco;
            tienes el cuerpo de taco,
            la presençia de judío;
            tus mayores sabrosías
            son a costa de tu dueño;
            con agenas truhanías
            echas en la casa sueño. 

Y así como se condena al judío, se menciona también sarcásticamente al criptojudío o "marrano", según se le denomina en el cancionero, y se le acusa de haber vendido a Dios como Judas:    

            Poeta no mantuano,
            sabio syn forma ni modo,
            no judío ni cristiano,
            mas exçelente marrano,
            fecho de piedra y de lodo,
            vos causastes el caos,
            quando desnudo en camisa
            enforcastes vuestro cos
            porque vendistes a Dios
            segunt Lucas lo deuisa. 

   Además de reflejar la intolerancia religiosa y el racismo tanto latente como manifiesta de su época, el elocuente Cancionero de Gómez Manrique se hace eco también de la conciencia social del poeta. La crítica aparece esporádicamente y a menudo dirigida con especial acidez contra los malos gobernantes:  

            En vn pueblo donde moro
            al neçio fazen alcalde;
            fierro preçian más que oro,
            la plata, danla de balde;
            la paja guardan los tochos
            e dexan perder los panes;
            caçan con los aguilochos,
            cómense los gauilanes. 

            Queman los nueuos oliuos,
            guardan los espinos tuertos;
            condenan a munchos biuos,
            quieren saluar a los muertos;
            los mejores valen menos,
            ¡mirad qué gouernaçión,
            ser gouerrnados los buenos
            por los que tales no son! 

   Se observa, asimismo, la misoginia típicamente medieval que aparece en otros textos como El Corbacho, escrito en 1438 por Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera de la Reina. Así, junto a numerosos versos de alabanza a la Virgen María, leemos en las siguientes estrofas una larga lista de estereotipos negativos de la mujer:             

            Pues quesistes argüir
            contra las donas perfetas,
            no por coplas indiscretas,
            mas llenas de maldezir,
            vos deuiéredes mirar
            como la más mala tiene
            vergüeña de rrequestar,
            y el bien considerar
            que de las mugeres viene.  

            Son todas naturalmente
            malinas e sospechosas,
            malsecretas, mentirosas
            e mouibles çiertamente;
            fuyen como foja al uiento,
            ponen lo ausente en oluido, 
            quieren contentar a çiento
            y es el que más contento
            más çerca d’aborreçido.  

             [] 

            Sintiendo que son subgetas
            e sin ningún poderío,
            a fin de auer señorío
            tienen engañosas setas;
            entienden en afeytar,
            en gestos para traer,
            saben mentir sin pensar,
            rreyr sin causa e llorar
            y enbaydoras ser.  

              [] 

            De ley de prouecho son,
            el fin de todas sus obras
            en guarda de las soçobras
            suple temor e feçión;
            si por temor detenida
            la maldad d’ellas no fuese,
            o por feçión ascondida,
            no sería onbre que vida
            con ellas fazer pudiese.

              [] 

            Esta es la condición
            de las mugeres comuna,
            pero virtud las rrepuna
            quales consiente rrazón;
            así la parte mejor
            munchas dispone seguir
            e tanto an más gran loor
            quanto al defeto mayor
            ellas mereçen venir.  

Algunas estrofas didáctico-morales tratan también de prevenir a la mujer contra el pecado capital de la lujuria: 

            Pues sy deuen los varones
            fuyr los tales aferes,
            más deurían las mujeres
            esquiuar las tentaçiones,
            fuyendo las ocasiones
            e los achaques de tramas,
            por que no sus claras famas
            disputen por los rryncones. 

   Además de la crítica social, algunos de sus poemas muestran un elevado tono lírico, como aquel escrito a raíz de la muerte de dos hijos suyos, "Consolatoria á Doña Juana de Mendoza", o a la de su compañero de armas Garcilaso de la Vega, "Defunzion de Garcilaso de la Vega". En este último, por ejemplo, destaca el álgido lirismo de su alabanza:  

            Est’es aquel que sangre fazía
            primero que nadie en los enemigos;
            est’es aquel que por sus amigos
            la vida e fazienda de grado ponía;
            est’es aquel que tanto valía
            que nunca por çierto morirse deuiera.
            Murió por gran falta de vna bauera
            que, por yr más suelto, traer no quería. 

            Este jamás perdió su rreposo
            por grandes peligros nin fuertes temores,
            antes en priesas e miedos mayores
            allí se mostraua menos temeroso;
            este fue tanto en armas dichoso
            que non lo fue más el fijo mayor
            del buen rrey troyano nin su matador,
            por muncho que Omero lo pinte famoso.  

            Est’es aquel mançebo nonbrado
            que non fue Troylo en su tienpo más;
            est’es aquel que nunca jamás
            fue visto vençido, maguer que sobrado;
            este sin duda a bien demostrado
            en quantas peleas e casos se vio,
            venir del linaje de aquel que pasó
            con tanto peligro primero el Salado.  

            Aqueste que vedes aquí muerto ya,
            por quien esta gente tan fuerte se clama,
            aquí començó la su buena fama,
            la qual muncho tarde o nunca morrá;
            en aqueste mesmo lugar dond’est 
            lo armó cauallero en vna gran lid
            Rrodrigo Manrrique, el segundo Cid,
            a quien de su muerte muncho pesar.  

Según se observa, Gómez Manrique se sentía igualmente cómodo escribiendo tanto poesía elegiaca, como religiosa, satírica, social, didáctico-moral o lírico-amorosa.

   Es de interés también su dedicatoria a Rodrigo Pimentel, en donde aparece su propia versión el "discurso de las armas y las letras" que popularizaría siglos más tarde Cervantes en el Quijote, inclinando la balanza, como es bien sabido, a favor del uso de las armas "porque el fin de las armas es—dijo—traer y mantener la paz entre los hombres; y, fuera de Dios, no cabe pensar en más alto fin". En este caso, Gómez Manrique argumenta que habría sido más fácil para él coger la lanza que la pluma:

            Bien puedo dezir con verdad, muy magnífico e virtuoso señor don
            Rrodrigo Pimentel, Conde de Benauente, que con menor enbaraço
            tomaría la lança en la mano para con aquella conplir lo que por 
            vuestra merçet me fuese mandado, que tomo la pluma  
            para satisfazer a lo que por algunas letras de vuestra señoría me ha 
            seído escrito, encargándome por aquellas que vos enbiase vna
            copilaçión de mis obras trobadas. 

No obstante, según él contra la opinión de algunos de sus contemporáneos, considera las armas y las letras perfectamente compatibles, e incluso aconseja a los gobernantes la lectura de las hazañas de los grandes dirigentes del pasado: 

            Y esto no podré dezir que aya fecho en el estudio de las sçiençias ni
            del arte de la poesía. Porque yo estas nunca aprendí nin toue maestro
            que me las mostrase. De lo qual las mesmas obras mías dan  
            verdadero testimonio, y avn no valgo más por ello, que 
            commoquiera que algunos haraganes digan ser cosa sobrada el leer y
            saber a los caualleros, commo si la cauallería fuera a perpetua
            rrudeza condepnada, yo soy de muy contraria opinión, porque a
            estos digo yo ser conplidero el leer e saber las leyes e fueros e
            regimientos e gouernaçiones de los pasados que bien rrygieron e
            gouernaron sus tierras e gentes e las fazañas e vidas e muertes de
            muchos famosos varones que vida virtuosa biuieron e virilmente
            acabaron. 

Pese a la modestia típica de los prólogos de la época, por tanto, Gómez Manrique acaba por presentarse a sí mismo como el prototipo de caballero español, del hombre de armas y letras.

   Como estos, se advierten muchos otros temas de interés en los más de cien poemas que Gómez Manrique recopiló en su Cancionero. Queda, pues, para el lector la tarea de disfrutarlos en esta nueva edición de la obra de uno de los autores más insignes de la transición de la Edad Media al Renacimiento en España. 



 
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