viernes, 2 de marzo de 2012

El norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana. Juan Carlos Ramírez-Pimienta y Salvador C. Fernández, compiladores

                                           
El norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana. Juan Carlos Ramírez-Pimienta y Salvador C. Fernández, compiladores. México: Plaza y Valdés, 2005. 204pp.

Publicado en Alba de América 32.60-61 (2013): 501-07.

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                               Ignacio López-Calvo
                        University of California, Merced


La colección de nueve ensayos El norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana supone un nuevo esfuerzo de definición tanto de la identidad del México septentrional y de la frontera entre este país y Estados Unidos como de la identidad nacional mexicana en general, por medio de la narrativa policial que tiene lugar en la zona fronteriza escrita no sólo en esta región sino también en la capital. Este ciclo de novela negra refleja, como explican en un amplio prólogo los compiladores, la situación de violencia indiscriminada que, a causa del narcotráfico y la cultura del ajuste de cuentas, se vive en ciudades como Tijuana, Mexicalli, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo o Culiacán. Los ensayos abordan la obra de autores como Elmer Mendoza, Gabriel Trujillo Muñoz, Hugo Valdés, Guillermo Munro, Imanol Canyada y Francisco Amparán, así como el estudio de su obra que desde el centro del país han llevado a cabo escritores como Paco Ignacio Taibo II, Juan Hernández Luna y Miriam Laurini. El libro, que propone las novelas que Paco Ignacio Taibo II escribió en la década de los ochenta y noventa como la semilla de la que nacen los demás relatos, comienza con un prólogo que deja clara la existencia de una literatura del norte de México y su frontera con características propias precisamente porque la vida en esta región es muy diferente de la del resto del país: el constante flujo de emigrantes, la influencia omnipresente de la cultura estadounidense, el rechazo al centralismo capitalino e incluso la presencia de santones regionales hacen de esta parte de la nación mexicana un mundo aparte. Quizá el motivo que más coherencia da a los ensayos sea el énfasis en una visión de la frontera norte y de la psicología del mexicano de esta región propuesta no ya por la novela policiaca estadounidense ni por autores capitalinos, sino por los propios autores fronterizos. Como explican Juan Carlos Ramírez-Pimienta y Salvador C. Fernández, lo que hace de esta literatura un ciclo independiente es precisamente la narcocultura que desde hace años domina la zona y que origina un nuevo tipo de criminalidad. Sin embargo, a diferencia del llamado narcocorrido, en estas novelas en lugar de glorificar la figura del narcotraficante y darle una imagen romántica de bandido generoso, más bien se lo reconstruye y se exponen las consecuencias del narcotráfico. Lo que sí comparten estos dos géneros, apuntan los compiladores, es el hecho de ser productos culturales populares y de presentar el narcotráfico como opción lógica.  

            Otra peculiaridad de esta novelística es el hecho de que el investigador no suele ser un detective profesional sino un periodista, con frecuencia inspirado en personajes reales: “El héroe de la policiaca norteña no puede formar parte de los cuerpos policiacos porque en la región éstos son parte del problema” (15). En efecto, si bien no tiene la potestad para imponer un castigo, el protagonista es un periodista-detective que arriesga su vida para exponer a los responsables del crimen organizado, que trafican tanto con estupefacientes como con indocumentados. Según se argumenta en el prólogo, estas novelas revelan la manera en que el ciudadano, harto de tanta impunidad y de la colusión de las autoridades, decide adoptar un papel activo en la resolución de estos graves conflictos. En último término, la narrativa policiaca fronteriza nos lleva al cuestionamiento del proyecto nacional mexicano y lo que es más, a la problematización del colonialismo interno que sufre la región, siempre en diálogo con los proyectos globalizadores estatales de los Estados a ambos lados de la frontera norte. Los editores se atreven, incluso, a animar a los escritores a que traten el tema de las desapariciones y los trágicos feminicidios que desde hace años ocurren impunemente en Ciudad Juárez.

            El primer artículo de la colección es “Conflictos y espejismos: la narrativa policiaca fronteriza mexicana”, de Gabriel Trujillo Muñoz, y analiza la representación literaria del espacio fronterizo que llevan a cabo tanto escritores estadounidenses (Raymond Chandler y Ross McDonald), como autores del centro (Paco Ignacio Taibo II y Ricardo Guzmán Wolffer) y del norte y la frontera (Federico Campbell e Imanol Caneyada). Como explica Trujillo Muñoz, esa frontera que en un principio se concibe como un trampolín de libertad y esperanza en verdad enmascara una muerte que aguarda al que acaba de llegar. Ese mundo liminal entre lo legal y lo ilegal nos lleva, en las obras cercanas al nuevo periodismo de Campbell, por ejemplo, al rencor ante un régimen que no sólo consiente la impunidad sino que la avala. A fin de cuentas, lo que queda en la memoria del lector es la omnipotencia del narcotráfico, la caída progresiva del sistema político mexicano, las luchas de poder que acaban con la vida de políticos y eclesiásticos, la violencia urbana, la migración masiva, la revuelta zapatista y los linchamientos justicieros que hacen que la democracia mexicana se convierta en un espejismo.

El segundo ensayo, “El cuento policiaco bajacaliforniano: una realidad de doble fondo ante la revisión de lo fronterizo”, de Mario Martín, indaga en veinticinco cuentos policiacos escritos por diecinueve autores de Baja California, pertenecientes a tres generaciones diferentes. Martín divide esta narrativa en cinco temas principales o categorías: 1) la denuncia de la represión y el control políticos; 2) la criminalidad del narcotráfico; 3) los testimonios de grupos marginales; 4) la ciencia-ficción; 5) y los que enfatizan la forma estética narratológica. En los textos, explica Martín, se suele problematizar la lucha gubernamental contra el narcotráfico y sus consecuencias, con lo que se revela un desgaste de los imaginarios nacionales. Uno de los rasgos que une a esta novelística es el hecho de que se distancien de la preceptiva clásica, dado que “en México no están dadas aún las condiciones sociales, políticas y culturales para una narrativa policiaca o detectivesca que privilegie el racionalismo y el cientifismo especulativos para resolver los laberintos y enigmas de un psicología compleja a favor de un orden funcional y una ley eficazmente universal y objetiva” (40). El mundo de la frontera, la corrupción, el narcotráfico, la rendición de cuentas y de la migración que aparece en estos textos se compara con el del narcocinema y nos lleva al cuestionamiento de los cánones establecidos. Al final, lo que queda es un mundo apático y abúlico en el que lo racional y el final feliz no tienen cabida: “Estos relatos son una sinécdoque de la ilusión y del fracaso de las alianzas entre pobreza desplazada y modernidad hollywoodesca, trabajo y movilidad social, entre la obra negra de la empresa privada y el corporativismo, entre los andamiajes de la política venal y el narcopoder omnímodo y ubico del aparato gubernamental” (58).

El siguiente capítulo, “De fronteras asediadas: sobre El festín de los cuervos de Gabriel Trujillo Muñoz”, de Miguel G. Rodríguez Lozano, se concentra en la obra de uno de estos autores bajacalifornianos, Gabriel Trujillo Muñoz, y en especial en la recopilación de las aventuras de su “detective” Morgado que aparece en el título. Según el crítico, en su obra Trujillo Muñoz desmitifica el mundo de la frontera norte proponiendo que, en realidad, la corrupción, la crisis económica y el narcotráfico que afectan esta zona son iguales que los que afectan al resto del país, pero magnificados a causa de su proximidad a los Estados Unidos. De esta manera, se cuestionan los estereotipos de una frontera que hay que redescubrir.

En cambio, Persephone Braham estudia en “Las fronteras negras de Paco Ignacio Taibo II y Juan Hernández Luna” a estos dos autores del centro del país, que sitúan sus historias en territorios fronterizos. Para sus personajes, afirma Braham, la identidad mexicana tiene que pasar necesariamente por la capital, por lo que este mundo lleva dicha identidad hacia el mundo de lo pesadillesco. Esto es prueba, como vemos en una de las citas de Juan Hernández Luna que abren el capítulo, de que el mundo de la frontera norte es incomprensible para la gente que es ajena a la región: “Pobre chilango, nunca entenderás tal cosa” (77). En Sueños de Frontera y Tijuana Dream de Taibo II y Hernández Luna respectivamente, los protagonistas, acostumbrados a la vida capitalina, “se encuentran en un territorio movedizo donde la gente existe y desaparece, aparece y muere, cruza y entra continuamente y sin lógica aparente. [….] Este paisaje obliga a una reevaluación de la ontología mexicana, un proceso problemático para el defeño cuya identidad se centra en Tenochtitlán” (78). En contraste con los detectives, que se definen “hacia dentro” y cuya identidad no es una opción, el mexicano de la frontera norte se define “hacia fuera”, consciente de la cercanía cultural y económica de los Estados Unidos.

Por su parte, el co-editor Juan Carlos Ramírez-Pimienta, en su ensayo “Crímenes cotidianos: justicia y vida fronteriza en dos obras policiacas sonorenses”, se adentra en dos novelas sonorenses, No me da miedo morir de Imanol Caneyada y Los ahogados no saben flotar de Guillermo Munro, enfatizando tanto el papel solidario del ciudadano global como la tarea investigativa y punitiva de los medios de comunicación a falta de un cuerpo policial válido. Como explica el crítico, estos dos autores se pueden considerar “víctimas del centralismo” (94; como muchos autores de provincias y más aún si son de obras policiacas) y sus novelas son muy difíciles de conseguir y son poco conocidas. En ambos casos, éstas son sus primeras novelas policiacas y coinciden temáticamente en el tratamiento del narcotráfico, la narcocultura, la presencia de lo extranjero y rol de los medios de comunicación como investigadores que arriesgan su vida por revelar verdades oculta: si bien en el caso de No me da miedo morir se trata de un periodista el que se encarga de llevar a cabo la investigación, en Los ahogados no saben flotar es un cibernauta canadiense pero con “ciudadanía global”. En cualquier caso, si bien los dos textos llevan a cabo una ácida crítica social, también reconocen que el problema no es fácil de resolver.

“La perspectiva narrativa en la construcción de la trama, el tiempo y el espacio en El crimen de la Calle de Armaberri de Hugo Valdés” es el título del artículo de Ilda Elizabeth Moreno Rojas, que estudia esta novela negra regiomontana desde un punto de vista narratológico. Allí se plantean, por tanto, cuestiones de género (si es novela negra o policiaca), prestando especial atención al perspectivismo, la polifonía, los diferentes tipos de focalización narrativa y el valor metafórico de la obra, así como las ambigüedades e incertidumbres que acercan la novela a la idea de la posmodernidad. Asimismo, la autora exige, en esta novela basada en un hecho real, que la justicia dé un castigo ejemplar a los culpables de los brutales asesinatos de mujeres en Monterrey. Como explica Moreno Rojas, “los personajes que delinquen son autoridades policiacas, jefes del ejército, políticos, abogados, jueces, etcétera los cuales incurren en los peores delitos como asesinatos, secuestro, narcotráfico y tortura” (111).

El séptimo capítulo está a cargo del otro compilador, Salvador C. Fernández, y lleva el título de “Poder, prostitución y periodismo en Morena en rojo de Miriam Laurini”. Fernández estudia una novela cercana al subgénero testimonial de esta argentina exiliada en México (una de las pocas autoras en este grupo) en la que se narran las dificultades que padece María Crucita en su viaje a la frontera (incluyendo el tener que prostituirse) y los crímenes que se cometen allí contra las mujeres, en parte a causa de la globalización. El crimen, la prostitución, el racismo, el exilio, las maquiladoras, la violación, el secuestro, el abuso policial y, sobre todo, la crítica a un Estado impotente a la hora de proteger a sus ciudadanos centran los temas estudiados en el artículo. Asimismo, la oralidad y las versiones populares de los crímenes adquieren un papel relevante en el texto y se presentan con la intención obvia de concienciar al lector y modificar la conducta del ciudadano. La novela, que tiene lugar tanto en la frontera norte mexicana como en la capital y la península de Yucatán, se trata, según Fernández, de “un texto de resistencia cultural que apropia diferentes formas discursivas marginadas (el discurso policiaco, la nota roja periodística y la crónica social) para examinar las estructuras sociales y económicas que llevan a las jóvenes y niñas mexicanas a ser víctimas de la prostitución y del tráfico de órganos en un mundo económico dominado por la globalización” (134).

La penúltima sección del libro, “Francisco José Amparán: una aportación policiaca de la autognosis nacional”, del crítico José Pablo Villalobos, analiza los efectos de la marginación periférica de la región en los textos Algunos crímenes norteños, Otras caras del paraíso y Gótico lagunero de este autor de Coahuila. Amparán utiliza el género policiaco para explorar la formación de un México periférico transnacional que se debate entre el fervor patriotero y el nacionalismo “malinchista” a todo lo que representa México. Esta nueva generación, entre la que se encuentra Francisco Reyes Ibáñez (el ingeniero que protagoniza la novela), se ve lanzada hacia lo transnacional en sus gustos por la música, el cine, las lecturas y la televisión.

Y cierra la colección el ensayo de Ignacio Corona, “Violencia, subjetividad y mediación cultural: un abordaje al neopoliciaco a través de la narrativa de Élmer Mendoza”, que critica la falta de inseguridad, la violencia oficial, la cultura del terror y la impotencia del Estado ante una violencia invisible que se plantea como remanente del sistema colonial. El ensayo se concentra en la manera en que estos dos textos se convierten en formas de mediación cultural y construyen diferentes formas de subjetividad en los espacios ideológicos de la “cultura del temor”. Corona se plantea también cuestionamientos genéricos (si son policiacas o neopoliciacas) sobre dos novelas, Un asesinato solitario y El amante de Janis Joplin. Nos lleva, igualmente, a un nuevo cuestionamiento de la homogeneidad étnica, política y cultural de la nación y a la falta de credibilidad de su sistema judicial, que conduce a una cultura del temor en la que el fatalismo “impide al ciudadano hallar alternativas a la constatable fragilidad de las redes de protección legal” (177).

En resumen, El norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana, un libro que podría encuadrarse dentro de los border studies o estudios de frontera, reúne un conjunto de ensayos de alta calidad crítica que abre las puertas a futuras investigaciones sobre la literatura y el tema de la frontera internacional entre México y Estados Unidos.  Este mundo, a veces de espaldas al centro de México, nos lleva inevitablemente a cuestionamientos identitarios y a la problematización del nacionalismo mexicano tradicional. Los ensayos van seguidos de un breve nota biobibliográfica de cada crítico. En cuanto a la edición de Plaza y Valdés, cabe notar que a veces resulta molesta la gran cantidad de palabras que aparecen innecesariamente divididas por guiones en medio de la frase.


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