Huei
Lan Yen. Toma y daca: Transculturación y
presencia de escritores chino-latinoamericanos. West Lafayette, Indiana:
Purdue University Press, 2017. ISBN: 978-1-55753-748-5. 166 pages.
Ignacio
López-Calvo
University
of California, Merced
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Presencia
y voces de escritores chino-latinoamericanos, de Huei Lan Yen es un interesante estudio sobre
literatura sinolatinoamericana enfocado en cuatro autores: el cubano Regino
Pedroso, el peruano Siu Kam Wen, el mexicano Óscar Wong y el panameño Carlos
Francisco Changmarín. Este libro viene a aumentar la creciente lista de
estudios sobre la presencia asiática en las Américas y sobre la producción
cultural de latinoamericanos de origen asiático. Lo primero que llama la
atención es la ausencia de autoras en la lista, así como la falta de
justificación por esta omisión: no queda claro si la autora simplemente
considera a estos cuatro autores los más representativos contando tanto hombres
como mujeres o si simplemente queda implícitamente expresado que no hay autoras
sinolatinoamericanas importantes. Lo que sí menciona Yen
es que se trata de cuatro autores prolíficos y con cierta reputación, que han
recibido ya varios premios literarios. Además, añade, su obra refleja su propia
experiencia transcultural y de busca de identidad. Paradójicamente, como
explica la misma autora, ése no es precisamente el caso ni de Wong ni de Changmarín,
cuya obra raramente hace referencia a su bagaje étnico de origen chino, como
indica la propia autora.
A mi juicio, la contribución más importante es la de
los dos últimos capítulos, sobre Wong y Changmarín, dos autores sobre los que
se han publicado menos estudios que sobre Pedroso y Siu Kam Wen. Quizás por
esta misma razón los capítulos dos y tres parecen no aportar mucho a lo ya
dicho anteriormente por la crítica. En cualquier caso, se trata de un estudio con
un sólido enfoque teórico basado principalmente en los estudios sobre
orientalismo, mestizaje, transculturación, zonas de contacto, heterogenidad e
hibridez de críticos como Ángel Rama, Fernando Ortiz, Antonio
Cornejo Polar y Homi Bhaba, entre otros, que puede abrir la puerta a futuros nuevos análisis
sobre literatura sinoperuana. El extraño título del libro hace referencia
precisamente a las transferencias interculturales de la transculturación, como
señala Silvia Spitta: “Ortiz insiste don understanding intercultural dynamics
as a two-way toma y daca (give and
take)” (4). Por otra parte, la autora parece haber consultado varios de los
trabajos de referencia sobre autores latinoamericanos de origen asiático, si
bien a veces da la impresión de que llega a las mismas conclusiones o
parafrasea sin citar las fuentes originales.
El primer capítulo resume el contexto histórico de
la inmigración china a los cuatro países representados en el libro, desde el
siglo XIX hasta nuestros días, enfatizando la situación de injusticia,
explotación, marginación y la frecuente exploración de las identidades étnicas
y nacionales. Yen enfatiza acertadamente el hecho de
que, a pesar de todos los obstáculos, los inmigrantes chinos contribuyeron
notablemente al devenir cultural de los países en que se asentaron. Repasando la experiencia de las primeras
décadas, la autora asevera que los chinos culíes eran “víctimas de la
discriminación y de los prejuicios raciales, eran indeseados, rechazados y
reducidos a esclavos” (4). Si bien las arduas condiciones de vida y trabajo
padecidas por los culíes son reminiscentes en algunos casos de la esclavitud
africana, existen diferencias importantes. Por ejemplo, en contraste con los
esclavos africanos, los “colonos” chinos, como se les llamaba legalmente,
ganaban unos cuatro pesos al mes y después de unos años, muchos quedaron libres
para renovar el contrato o bien buscar trabajo en otros lugares, a pesar de que
es cierto que en muchas ocasiones no se respetó dicho contrato. Entre otros
críticos, los historiadores peruanos Humberto Rodríguez
Pastor y Fernando de Trazegnies han señalado las diferencias entre los dos
grupos, indicando que los africanos normalmente no recibían ningún tipo de
salario y además el dueño con frecuencia controlaba su reproducción.
El
segundo capítulo, dedicado a Pedroso, se enfoca en la auto-orientalización
evidente en su libro El ciruelo de Yuan
Pei Fu, algo que ya han señalado anteriormente otros críticos, así como al
compromiso social antiimperialista con el obrero y a la celebración de sus
herencias africana y china en Nosotros.
Refiriéndose a la primera obra, Yen advierte: “El
poeta asume la máscara de un filósofo chino para criticar las normas literarias
de Occidente y, con ello, cuestionar no sólo el contenido, sino la naturaleza
hegemónica, elitista y exclusivista de la literatura en sí” (69). La autora,
además, describe el ciruelo del título como una teoría de la vida, del
universo, del conocimiento y la iluminación, y como un símbolo del paso del
tiempo, que además sirve para proporcionar una cosmovisión alternativa a las
visiones eurocéntricas y colonizadores. En definitiva, Pedroso “transcultura,
‘selecciona e inventa’ materiales a partir de lo que les ha transmitido la
cultura europea para la creación de una imagen propia” (151).
El
capítulo tres repasa temas identitarios así como el reflejo de la
transculturación en la comunidad china de Perú, según se refleja en la obra de
Siu Kam Wen. La autora señala que el peruano “quiere rectificar la presencia
denigrante de este grupo étnico, haciéndolo más humano y menos exótico” (6), lo
cual no es necesariamente cierto si uno se enfoca en la colección de cuentos La última espada del imperio, en la que
Siu Kam Wen continúa el proceso de auto-orientalización iniciado por Pedroso en
Cuba. Quizás la principal virtud de este capítulo sea la contextualización de
la obra del peruano con la culturas chinas que la autora conoce de primera mano
(como se observa en los párrafos dedicados a la transcripción fonética de
dialectos chinos), así como los estudios de Antonella Ceccagno y Chee Beng Tan sobre
la importancia de la lengua china entre grupos étnicos de la diáspora china, el
de Lynn Pan sobre las diferencias políticas entre emigrantes de china y de
Taiwán, o el de David Yau-fai Ho sobre algunas idiosincrasias culturales chinas.
No obstante, algunos párrafos, como el siguiente, resultan en cierto modo
problemáticos: “el narrador refleja la idiosincrasia de la mayoría peruana
desde una perspectiva transculturada y, dese esta postura critica algunas
prácticas y costumbres chinas tachándolas de anticuadas y retrógradas” (99).
Conviene, a mi juicio, no caer en la tentación de pensar que toda autocrítica
de un personaje chino contra las costumbres de su grupo étnico sea
necesariamente un reflejo de transculturación o de la adopción de los sistemas
axiológicos peruano u occidental. Más bien, puede tratarse simplemente del
desfase generacional que ocurre con frecuencia entre padres e hijos. En
resumidas cuentas, según Yen el autor peruano traduce el
imaginario chino al español para sus lectores peruanos, combatiendo así, desde
dentro, la invisibilidad de su grupo étnico.
El
cuarto capítulo, uno de los más originales, analiza tres poemarios de Wong
desde la perspectiva del pensamiento taoísta (los temas del vacío y el silencio,
en especial) y la filosofía del yin-yang sobre la unidad de los contrarios,
buscando las exploración de la pluralidad cultural china y mexicana: “En sus
textos vemos una fuerte identificación y compromiso, tanto con la cultura y
literatura mexicanas como con su propia cultura,
subrayando de esta manera la hibridez de su identidad” (6; el énfasis es mío).
Curiosamente, las palabras que enfatizo en la cita parecen sugerir que la
cultura mexicana no es suya, cuando se podría argüir fácilmente que el origen
chino de Wong no hace necesariamente que el autor vea la cultura mexicana como
ajena. En cualquier caso, como indica la misma Yen,
la obra de Wong “hace poca o ninguna referencia directa a su herencia china”
(104), a pesar de que el autor sí dice visualizar elementos orientales en su
escritura. Sin embargo, su escritura se hace eco de la coexistencia armónica de
dos culturas: “implica un movimiento transcultural permanente, un traslado de
símbolos orientales y mayas” (151).
El
capítulo que cierra el libro, dedicado a la búsqueda de identidad y a la
transculturación en la obra de Changmarín, se enfoca también en la condena que
hace el autor panameño de la situación marginal del indígena, el campesino y el
afropanameño: “Changmarín recupera lo indígena y lo campesino no sólo como
tema, sino que también nos muestra que en la coexistencia de dos sistemas
culturales subyace la imposición de un mundo sobre otro, y la colonización de
una cultura sobre otra produce una oposición irremediable” (128). Una vez más, Yen señala que Changmarín no hace referencias a su herencia china en
su obra. Y en la excelente conclusión al capítulo, advierte: “las obras de este
escritor veragüense representan un esfuerzo por ensayar un discurso de la
descolonización, con ello la des-orientalización. En dicho contexto planteamos
que su literatura busca exteriorizar, poner en evidencia el carácter
impositivo, colonial y excluyente de los discursos nacionalistas hegemónicos”
(146)
En
definitiva, Yen presenta a
estos cuatro “autores transculturales” como traductores culturales
latinoamericanos que acaban por apropiarse del discurso orientalista: “El autor
como traductor, mediador entre las lenguas y las culturas que lo conforman,
crea en su literatura transculturada la posibilidad de un diálogo
intercultural, actuando, de esta manera, como agente activo del intercambio”
(17). Si bien unos autores se esfuerzan por definir nítidamente la cultura de
su grupo étnico o la transculturación de ésta con las culturas locales, otros
se alejan del discurso étnica o racial para centrarse en temas universales como
la opresión, la injusticia y la desigualdad.
Finalmente, y esto no supene una crítica a la autora
sino a la editorial, me gustaría señalar un inexplicable error en la
contraportada del libro cuando se afirma: “Prior studies have treated
Chinese-Latin Americans as characters. However, this is the first sustained
study of the work of Chinese-Latin American authors.” Como es lógico, en el
limitado espacio asignado para una reseña, no cabe incluir la cada vez más
larga lista de estudios sobre autores latinoamericanos de origen chino y
asiático, en general, que se publica cada año desde que Debbie Lee-Distefano y
yo publicáramos los primeros libros sobre este tema en 2008, pero de todos
modos, creo que antes de hacer afirmaciones de este calibre, convendría hacer
al menos una breve búsqueda en Google.
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