Included in La sonrisa afiliada:
Enrique Serna
ante la crítica. Ed. Martín
Camps. Mexico City: UNAM, 2018. 126-45.
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Ignacio López-Calvo
University of California, Merced
La novela negra El miedo a los
animales (1995), del autor mexicano Enrique Serna, comparte ciertas
similitudes con la obra de Roberto Bolaño. El examen que hace el chileno del
mundo del mal, la violencia y la represión política en la vida diaria de
Latinoamérica, y la doble asociación entre violencia/crimen y literatura/arte
reaparecen en la novela de Serna. En un capítulo de La literatura nazi en América titulado "Max Mirebalais," Bolaño
nos dice que Mirebalais, en su intento de ser parte de la oligarquía haitiana,
"Pronto comprendió que sólo existían dos maneras de acceder a él: mediante
la violencia abierta . . . o mediante la literatura, que es una forma de
violencia soterrada" (62). El estudio que hace Bolaño de cómo los
escritores latinoamericanos reaccionan ante los regímenes represivos se
convierte, en la novela de Serna, en una exploración de cómo la corrupción
sistémica en el mundo de la cultura mexicana (política cultural del gobierno, premios
literarios, subvención gubernamental de periódicos y revistas, plazas para
escritores como agregados culturales en el servicio exterior, omnipresencia de
sicofantes, aduladores y “aristogatos” de Octavio Paz) es un mero reflejo de la
corrupción policial y política en el país, y, por extensión, de la decadencia
moral y ética del México contemporáneo. En este sentido, Vinodh Venkatesh ha
contextualizado la obra de Serna con la de otros autores de su generación:
“Reexamining and reinventing the idea of nation or Mexicaness is a prevalent
theme in contemporary writers such as Serna, Juan Villoro, Armando Ramírez,
Luis Zapata, José Emilio Pachecho, Luis Arturo Ramos and José Ramón Ruisánchez,
to name a few. These male
authors fixate on the question of identity as a springboard to their novelistic
trajectories in an exploration of the multifaceted questions and answers to
Mexicaness in the 20th century” (“Androgyny”
26).
En efecto, Serna se mofa de la política cultural mexicana y critica
sin piedad a los agentes (autores, críticos, editoriales, el público) e
instituciones culturales (talleres de escritura, premios literarios, honores,
institutos creados por el gobierno) para así hacer una diagnóstico de los males
de la sociedad mexicana en general. En cierto modo, la novela podría
considerarse una extensión del propósito de Octavio Paz en El laberinto de la soledad 1950) de analizar la psicología y
moralidad nacionales: Serna, en El miedo
a los animales, analiza los males nacionales por medio de una
deconstrucción del habitus de la
intelectualidad mexicana y de las relaciones de poder entre escritores
consagrados y los que tratan de acceder a su exclusivo círculo. Las prácticas
profesionales de los escritores mexicanos, manipulados por la política cultural
del gobierno, no son sino un microcosmos o sinécdoque de la sociedad mexicana
en general. La solución implícita a los problemas nacionales, si es que la hay,
habrá que hallarla en el atípico e insumiso comportamiento del escritor
marginal Roberto Lima y, hacia el final de la novela, en el del protagonista,
Eugenio Reyes. Por otra parte, al igual que la obra de Bolaño, la novela de
Serna tiene ciertos resabios picarescos, si bien el autor mexicano los mezcla
con una versión sui generis del
esperpento de Ramón del Valle-Inclán, que llega a su cénit en su colección de
cuentos Amores de segunda mano (1991),
donde los personajes son todavía más vengativos, maniáticos, obsesivos y
fanáticos que los de esta novela.
El miedo a los animales equipara, por tanto, la
corrupción omnipresente y sistémica tanto en el mundo de la cultura como en el
policial. A la vez, el narrador omnisciente va desvelándonos poco a poco la
evolución psicológica de un protagonista y antihéroe que, como Lázaro de
Tormes, consigue ir medrando a la vez que se hunde progresivamente en la más
absoluta decadencia moral. La gran diferencia con la obra picaresca española,
no obstante, es que en el último capítulo de la novela mexicana Evaristo Reyes
Contreras se redime. Paradójicamente, el personaje recupera su honor y sus
valores éticos al rechazar su sueño de toda la vida nada más haberlo cumplido
(ganar un premio literario y ser aceptado por la elite literaria mexicana) para
elegir reinsertarse como judicial y pedir destino a una región plagada de
narcotraficantes, donde podrá “respirar aire puro” (269) al evitar a la clase
intelectual. Como se mencionó anteriormente, el juego de espejos entre los
mundos literario y policial ha de funcionar como un retrato pesimista del
México contemporáneo “donde cualquier buena acción se castigaba de inmediato
con todo el rigor de la ley” (50), “un país sin memoria” (180) donde, al menos,
el protagonista “aún podía defenderse ante la opinión pública, que en México
desconfiaba del gobierno por acto reflejo” (187). En dos pasajes diferentes, un
titular de un periódico deportivo referente a la actuación de la selección
mexicana de fútbol, “Lo de siempre: derrota,” inspira al protagonista a llevar
a cabo una deprimente reflexión sobre el statu
quo de su país, que recuerda a la famosa pregunta que se hace Santiago
Zavala, el protagonista de Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, al principio
de la novela: "¿En qué momento se había jodido el Perú?" (17): “Para
esa gente y para él mismo, el amor a la patria no era un sentimiento
enaltecedor, sino un fardo inconsciente, un manantial perenne de autodesprecio.
‘Más nos valdría no ser de ninguna parte. Estamos jodidos, pero ¿quién nos
jodió? ¿El PRI, los españoles, Dios, la Historia?’” (Serna 192).
En El miedo a los animales, el
protagonista, Evaristo Reyes, es un experiodista que consiguió un puesto como
policía judicial con el objetivo inicial de obtener información desde dentro que
pudiera utilizar en el argumento de una gran novela de crítica social. Una vez
dentro del cuerpo policial, no obstante, se emborracha de poder y padece un autodestructivo
declive moral y psicológico al darse cuenta de que disfruta humillando,
golpeando y robando a los indefensos. Sin quererlo, se ha convertido en doble y
cómplice de su odiado jefe, el comandante Jesús Maytorena. Además, ya se ha
hecho al dinero y cree que nunca podría volver a la pobreza material en que
vivía como periodista.
Cuando su jefe descubre en un papel de periódico tirado en un cuarto de baño
público que un periodista de segunda fila llamado Roberto Lima ha insultado
públicamente al presidente de la República, Jiménez del Solar (cuyo supuesto referente histórico es Carlos Salinas de
Gortari), le encarga a Evaristo,
que conoce bien el medio, la tarea de localizar al culpable. De repente, este
siente una afinidad espiritual con Lima, a quien ve como su alter ego
anarquista, y le intenta ayudar a escapar. Con esta acción cree haber comenzado
su proceso de redención, lo que reactiva también su capacidad de amar. Sin
embargo, tanto Lima como su novia, una stripper, acaban muriendo como resultado
de su desobediencia y él mismo es condenado a cincuenta años de cárcel, acusado
injustamente de la muerte de Roberto Lima y del escritor Claudio Vilchis, al
que en realidad ha asesinado su jefe, Maytorena.
Esta simple trama, que en un principio parece que va a ser un mero
recorrido por la corrupción sistemática de un cuerpo policial mexicano que
consume cocaína, se mezcla con prostitutas, protege a los narcotraficantes y comete
atracos para luego hacer ellos mismos la investigación de su propio delito,
acaba denunciando el mismo tipo de corrupción pero en el seno del mundo
cultural mexicano. La crítica más amarga se reserva a aquellos como Palmira
Jackson (personaje supuestamente inspirado en la escritora Elena Poniatowska) que se vanaglorian de defender a los oprimidos y publican
manifiestos o testimonios denunciando la corrupción política y policial. Cada
proclama contra la injusta persecución de intelectuales por parte de la policía
judicial va sonando cada vez más hueca, a medida que conocemos las andanzas de
intelectuales que, en apariencia, son un dechado de virtudes, luchadores por la
justicia social, pero en el fondo se aprovechan del sistema tanto como los
policías que están criticando. El efecto de coincidentia oppositorum permea,
en definitiva, toda la novela.
En efecto, el periodista y escritor de segunda fila Roberto Lima lleva tres
años insultando al presidente de la República en la columna de la sección
cultural del diario El Matutino, a
sabiendas de que nadie, ni siquiera el mismo director del diario, la lee.
Cuando Evaristo le pregunta qué sentido tiene publicar una sección que nadie
lee, Lima le desvela, por primera vez en la novela, la primera pista de los
hilos que mueven la política cultural mexicana: “—Por imagen. La cultura viste
mucho. Un periódico que no le dedica espacio pierde prestigio. En este país
todo el mundo promueve la cultura, ¿no te has fijado? Hasta los narcos de
Sinaloa dan becas a los jóvenes escritores. Cuanto más crece el porcentaje de
analfabetos, más talleres literarios hay, pero en realidad hay muy poca gente
ávida de cultura y esa gente no lee El
Matutino” (36). El capital simbólico que ofrece “la cultura” tanto a un
mísero periódico local como al gobierno o a los mismos narcotraficantes
prevalece por encima del sentido común de no publicar algo que nadie va a leer.
Para sorpresa de Evaristo, Lima continúa desmontando la lógica del poder
aclarándole que, aunque El Matutino
tiene un reducidísimo tiraje, el director gana una fortuna con él gracias a la
ubicua corrupción: “ningún periódico vive de sus ventas, el negocio está en la
publicidad. El Matutino tiene un
tiraje ridículo, tres o cuatro mil ejemplares, pero cobra los anuncios como si
editara noventa mil, porque el gobierno recompensa muy bien a sus lameculos. El
director se lleva de a cuartos con los jefes de prensa de todas las
Secretarías, les invita comidas en el Fouquets del Camino Real y cuando le
tiran línea, los obedece como un lacayo” (37).
Así pues, estas primeras escenas van abriendo los ojos del protagonista y
sacándolo de su ingenuidad y credulidad iniciales. Desde este momento, todo el
andamiaje del medio cultural mexicano (según la escritora Fabiola Nava, la
clase intelectual mexicana consiste de menos de cincuenta personas, de lo que
se alegra para que no entren advenedizos) va desmoronándose hasta no quedar un
solo elemento incorrupto, quizás con la excepción del mismo Lima, “un paria de
las letras” (92), a pesar de que Evaristo lo considera un escritor mediocre y
otros le acusan de machismo y de envidia del éxito de los otros escritores. A
pesar de que su comportamiento radical y maniqueísta roza lo fanático, al menos
no hay duda de que Lima es un apasionado de la literatura que se comporta con
dignidad e integridad. Lima lleva, por tanto, la marca de autenticidad del
artista. En palabras de Pierre
Bourdieu, “Gladiator or prostitute, the artist invents himself in suffering,
in revolt, against the bourgeois, against money, by inventing a separate world
where the laws of economic necessity are suspended, at least for a while, and
where value is not measured by commercial success” (The Field 169). Y son precisamente dicha integridad y su rechazo a la
falsedad del medio cultural (junto con sus acostumbrados exabruptos en público)
los que acaban por marginarlo del establishment
literario mexicano.
Lima se desahoga en presencia de Evaristo criticando sin piedad, como ya ha
hecho por escrito, a los burócratas de la cultura, a funcionarios del aparato
cultural del Estado que se comportan como una casta divina y son capaces de
cualquier cosa, cayendo una y otra vez en la adulación y el servilismo, con tal
de salvaguardar sus privilegios. En cambio, Lima se enorgullece de nunca haber
caído en ese ruinoso comportamiento de arribista, de no haber seguido las
reglas del juego: “Era el peón de brega, la espalda deshecha mientras los yuppies con chofer a la puerta asistían
a cocteles y ceremonias para gente bonita, donde la intelectualidad cortesana
le bebía los alientos a Octavio Paz” (38). Irónicamente, hasta Zepeda, uno de
los judiciales de la muy corrupta oficina donde trabaja Evaristo, dice no haber
enviado su poemario a concursos porque el medio literario es muy corrupto.
En consonancia con lo que Bourdieu
llama habitus, los escritores “arribistas” de la
novela de Serna parecen haber internalizado ciertas estructuras y normas
sociales, por las que consideran aceptable la humillación del servilismo
y la adulación constante de aquéllos que han conseguido llegar a las más altas
esferas de poder (Octavio Paz aparece varias veces como el escritor más sacralizado,
la cúspide de la pirámide jerárquica, al igual que en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño Paz es el objeto a
derrocar). Como reflejo de este microcosmos social, la corrupción generalizada
en todas las áreas de la vida diaria llega a normalizar comportamientos que, de
otro modo, se considerarían aberrantes. Así, a la mayoría de los personajes
parece habérseles inculcado una cultura nacional en la que la única elección
está entre ser explotador y corrupto o bien ser explotado e ingenuo. A la vez,
este mismo habitus crea un sentido de
los límites que aboca a otros personajes a patrones de comportamiento y
disposiciones cognitivas por las que mantienen las distancias, sin protestar
ante el injusto privilegio de las altas esferas, ya sean estas literarias o
policiales. En último término, las estructuras sociales en la novela imponen
una hegemonía cultural que parece ser el resultado de una serie de perversiones
sistémicas. Roberto Lima y, hacia el final de la novela, el protagonista, son
los dos únicos personajes que consiguen esquivar estas prácticas diarias y
disposiciones culturales internalizadas por los demás personajes. A pesar de
conocer las reglas (no escritas) del juego para navegar con éxito las
relaciones sociales en el campo cultural mexicano, se niegan a rebajarse a
ellas y optan por la insumisión con tal de mantener su dignidad a toda costa.
Este es el único modelo de comportamiento y la única solución para los males
nacionales que nos ofrece El miedo a los
animales.
Si bien en un principio los únicos asesinos de la novela son los propios
policías, el protagonista no deja de sospechar, con razón, que el asesino de
Lima pueda haber sido un literato. Daniel Nieto intenta convencer a Evaristo de
que los escritores nunca se matan unos a otros porque con ello acabaría su gran
diversión, la de difamarse unos a otros. Sin embargo, él insiste, movido por el
hecho de que a Lima lo asesinaron a golpes con un diccionario de sinónimos y
antónimos (algo que, según él, sólo podría hacer un intelectual para conseguir
la máxima humillación literaria), en que las grandes rivalidades entre ellos
podrían acabar en actos de extrema violencia. De hecho, le pide a su novia que
no se prostituya con clientes que hablen de libros o tengan aspecto de escritor
porque, de lo contrario, su vida podría correr peligro. Como se observa al
final de la novela, el tiempo le acabará dando la razón, pues, momentos antes
de intentar asesinar al protagonista, el escritor Rubén Estrella confiesa la
autoría del asesinato de Lima. Su motivación, sin duda poco verosímil, fue que
su amigo Lima jamás elogiaba sus éxitos literarios.
El momento álgido en que Evaristo descubre, sin lugar a dudas, la increíble
falsedad que permea todo el medio literario llega al darse cuenta de que
ninguno de los elogios que Daniel Nieto y Pablo Segura dirigen a la poeta Perla
Tinaco en la presentación de su libro es sincero, sino que responden únicamente
a su deseo de ser recompensados por sus palabras. En el fondo, la consideran
cursi y analfabeta, pero esperando recibir su quid pro quo, se entregan a lo que ellos consideran simple
diplomacia: “—Y qué querías que dijera, si Miss Piggy es la virreina de Conafoc.
Todo pasa por su oficina: ella reparte becas, premios, ediciones, viajes al
extranjero, y tiene muy mala leche cuando se siente ofendida. Cuidado con estar
en su lista negra, porque ya te chingaste con para todo el sexenio” (74). Con
aún mayor espanto, Evaristo oirá más tarde a la misma Perla Tinoco criticar
ácidamente a sus dos supuestos amigos, Nieto y Segura, a los que, en realidad,
considera dos cretinos que solo la adulan para que les conceda favores. Este
comportamiento es, por tanto, directamente opuesto al de Lima, a quien el
protagonista tanto admira por haber sacrificado el posible éxito como literato
a cambio de mantener su integridad profesional y personal. Como explica Nieto, la
crítica en público respondía a meras fórmulas de cortesía y la falla trágica de
Lima fue que decía la verdad en público, cuando en el medio solo se confesaba
en tertulias de café o en fiestas de amigos en ausencia del escritor criticado:
“Pero él se tomaba a lo trágico nuestro mundo literario, que es para morirse de
risa. Era un personaje de Tolstoi, obsesionado con la verdad y la rectitud,
metido en una novela picaresca llena de estafadores, charlatanes, lambiscones y
putas” (75).
Pero es en la última página del cuarto capítulo donde Serna no logra
resistir la tentación de explicar el mensaje de su novela (así como el título:
los animales no son solo los judiciales, sino también los escritores): el
protagonista compara abiertamente las dos corrupciones, la policial y la
literaria, pero juzga la segunda más reprobable. Evaristo está pensando en cómo
su colega de la policía judicial, El Chamula, disparó a quemarropa a otro policía
por criticar a Maytorena, cuando de repente establece la comparación:
Sin embargo, le
repugnaba más aún el asesinato a traición que había presenciado minutos antes en
el bar Trocadero, cuando Segura y Nieto habían apuñalado por la espalda a su
amiga Perla Tinoco, después de elogiarla en público. . . . el Chamula lo había
matado por atreverse a decirlo, de acuerdo con un código de honor
incomprensible para Nieto y Segura, que en materia de nobleza y hombría
quedaban muy por debajo de cualquier gatillero. Hasta cierto punto, su conducta
explicaba el anónimo del parabrisas: si el asesino de Lima era un hombre de
letras, no podía esperar que se abriera de capa y jugara limpio. (79)
A partir de este punto en el argumento, las comparaciones entre policías
corruptos y empleados culturales se van haciendo más comunes. Así, cuando
visita a Rubén Estrella (sin saber todavía que es el verdadero asesino) para
entrevistarlo en el Instituto de Artes y Letras, se sorprende de que un país
como México pueda permitirse un edificio de veintiocho pisos y cuatro
ascensores, con una recepción palaciega y con unos dos mil empleados, a quienes
compara con sus colegas de la policía judicial: “La única diferencia era que
los burócratas de su oficina leían periódicos deportivos y los del Instituto,
más politizados en su ocio, devoraban La
Jornada o el Proceso con una
expresión grave y reconcentrada, robándole tiempo al Estado opresor que les
pagaba por calentar el asiento. Rubén Estrella lo llamó con señas desde su
cubículo. Era el único empleado que hacía su trabajo en cien metros a la
redonda” (84). Más tarde, Estrella reconoce, con resignación, que el 90 por
ciento de los cuarenta mil ejemplares de la revista del Instituto, que nadie
lee, se quedan en una bodega, y que el congreso de escritores al que acaba de
asistir estaba lleno de ególatras insoportables que no paraban de intercambiarse
falsos elogios. Respondiendo a las preguntas del protagonista, Estrella le
explica que el engreído Claudio Vilchis, quien a pesar de su mediocridad se
cree un escritor consagrado, despidió a Lima en venganza por una reseña desfavorable
que hizo de su libro. Más adelante, Fabiola Nava, a la que Evaristo considera
una prostituta cultural y potencial cómplice o autora del crimen, se acuesta
con Vilchis para que le publique su libro Los
golpes bajos con el Consejo Editorial del Fondo de Estímulo a la Lectura y
así poderse vengar de Lima, quien le había recomendado, sin tapujos, que lo
tirara a la basura. Pero para sorpresa de Fabiola, nunca entrega el manuscrito
al consejo editorial, a pesar de que sabe que el arribista Vilchis, desde su
puesto de secretario hace favores a todos los escritores, por malos que sean,
para que luego se lo devuelvan de alguna manera: “realizando complejas
maniobras políticas para mantener en pie su red de complicidades: te incluyo en
mi antología si me llevas en la próxima excursión de intelectuales a Europa,
dime que soy genial y te devuelvo tu piropo con dos adjetivos más, sácame una
entrevista larga en tu periódico y te meto en la colección de Clásicos Modernos”
(97-98). Desesperada, Fabiola Nava también tiene relaciones sexuales con Perla
Tinoco, quien goza de un importante puesto en el Conafoc, con el mismo objetivo
de publicar su libro. Venkatesh
ha conectado toda esta crítica social en El
miedo a los animales con el neoliberalismo y la globalización: “whether
it be the mass marketing of culture, or the intricacies of the black market of
Viagra, Serna demonstrates an authorial preoccupation with unmasking liberal
economics and their aftereffects” (“La hermana” 105). En el mismo artículo, Venkatesh subraya de nuevo cómo Serna desvela
el efecto del neoliberalismo en el mundo cultural mexicano: “More significantly, El miedo
a los animales puts under the literary microscope the role of the
increasingly neoliberal state in modifying the relationship between the public
intellectual, the masses, and the government, a posture that Sergio Zermeño
laments as a negative result of the década perdida” (“La Hermana” 221). No obstante,
el protagonista de El miedo a los
animales nunca llega a hacer directamente esta conexión entre la corrupción
del mundo literario mexicano y la llegada del neoliberalismo al país. De hecho,
al no señalar una fecha de comienzo, da la sensación de que ese campo siempre
ha sido así.
Cada vez más decepcionado con los intelectuales mexicanos, Evaristo queda convencido
de que su impenetrable círculo era un estilo de vida en el que la clave no eran
las lecturas, sino saber presumir de ellas, proyectándolas al exterior. Entre
la fauna (la edición de Planeta lleva el
subtítulo Delirios y miserias de la fauna literaria) de literatos corruptos que va descubriendo, uno de los más peculiares
es Osiris Cantú de la Garza, conocido como el narcopoeta. Tras convertirse en
suministrador de cocaína de la elite literaria mexicana, consigue que se le
publique su poemario de treinta páginas, que se le acepte en el círculo hostil
de los literatos e incluso que se le nombre miembro de la Real Academia de la
Lengua a los veintiséis años y con un solo librito publicado. Según le confiesa
a Evaristo, aunque apenas saca beneficios económicos de las ventas de droga, sí
los obtiene indirectamente: “—La droga no, pero el prestigio sí. En México el
renombre significa dinero. Gracias a Dios tenemos un gobierno que mima a los
intelectuales. . . . me fui acercando a los caudillos culturales, entré a la
mafia del Fondo, aparecí en varias antologías y vinieron las entrevistas por
televisión, la beca Guggenheim, los viajes al extranjero” (145). El astuto
Cantú intuye las reglas del juego y, por medio de la venta de cocaína, consigue
que los escritores de renombre le concedan el crédito o capital simbólico de
ser un escritor reconocido por sus colegas, lo que, a la larga, le garantiza
indirectamente beneficios económicos y políticos. Cantú le demuestra al
protagonista, quien va aprendiendo a desconfiar de la reputación y prestigio de
los escritores mexicanos, que, independientemente del talento que se pueda
tener como escritor, primero uno debe ganarse de alguna manera a los colegas
que ya están en el establishment, si
no se quiere acabar en el más absoluto olvido. Las relaciones públicas, por
tanto, mandan por encima de la propia valía como escritor.
En cualquier caso,
Evaristo recibe el golpe de gracia al darse cuenta de que su admirada Palmira
Jackson, a la que considera la conciencia crítica de su clase y su última
esperanza, en el fondo no es tan diferente de sus colegas: su rechazo a
sentarse en el mismo panel con otras escritoras y sus otros comentarios le
demuestran que es igual de elitista, snob,
clasista, vanidosa y corrupta. Además, el protagonista, disfrazado de camarero
en su casa, se entera de que Jackson usa a los oprimidos para su propio
beneficio económico y de que su hijo planea comprarse un Ferrari con los fondos
que saque de las ventas de vídeos sobre los zapatistas. Con este último
descubrimiento, el protagonista pierde del todo la fe en la clase intelectual:
“El mundo entero estaba hundido en la corrupción, incluyendo a la gente que
decía luchar contra ella. El hombre se inventaba máscaras para ocultar su
vileza, y la más peligrosa de todas era la máscara del justo, porque
proporcionaba a los idiotas un reflejo idealizado de su propio carácter” (229).
Sin embargo, esta racha de decepciones no ha sido en vano, pues en último
término consigue lo que en un principio se había planteado al hacerse judicial:
un argumento interesante para su novela. La única diferencia es que el mundo de
corrupción que buscaba en la policía judicial lo ha encontrado también en el
campo literario y es ese el que más le interesa ahora como escritor. Ya en la
cárcel, narra en su novela en clave la decepción de un joven poeta que llega a
París lleno de ideales solo para descubrir la corrupción del mundo literario y
de la crítica de la época.
Como se mencionó anteriormente, una vez que por fin
consigue su sueño de publicar su novela Sueños
decapitados, obtener fama y fortuna, y
entrar en el prestigioso círculo de la intelectualidad mexicana, Evaristo se da
cuenta, tras una severa autocrítica, de la vileza del sueño que había sido su
gran motivación: no puede convertirse en uno más de los escritores que tanto
desprecia. Reconoce, además, que su intención al entrar en la policía judicial
no había sido tanto denunciar la corrupción como tener una trama para su
novela, y así poder ingresar al parnaso de escritores supuestamente
humanitarios, como Palmira Jackson. Éticamente, no puede criticar a esos
escritores si, a fin de cuentas, va a acabar comportándose como ellos. Por
ello, decide rechazar las ofertas de becas y puestos en el aparato cultural del
Estado para reingresar a su antiguo trabajo como policía judicial.
Una vez más, Serna no resiste la tentación de explicar su novela (lo que va
en detrimento de la misma) e incluye el epígrafe que su protagonista toma de un
texto de Balzac: “No hay gran diferencia
entre el mundo político y el mundo literario. En ambos mundos sólo encontrarás
dos clases de hombres: los corruptores y los corrompidos” (256). Esto
explica, en principio, la curiosa y sarcástica elección del subgénero de la
novela negra (poco usado por él) para hablar del mundo cultural y literario. Hugo Méndez-Ramírez, en cambio,
ha relacionado esta elección con el marco histórico referencial de la novela:
No hay que olvidar que el referente político de la novela es el sexenio de
Carlos Salinas de Gortari, un gobierno que se caracterizó por su fuerte apoyo a
las artes, que fundó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y promovió
la creación de múltiples premios y talleres literarios por todo el país a
través del INBA, FONCA, UNAM, y otras, pero que también se caracterizó por una
serie de asesinatos políticos y culminó con la rebelión zapatista en Chiapas ante
la implementación del TLCAN en 1994. Esto explica por qué el autor se vale del
género de la novela negra para contar su historia. (397)
Como se ha visto, los personajes de Serna hablan constantemente de “este
medio” para referirse al campo cultural o literario mexicano, que al final de
la novela queda totalmente desprestigiado y desmitificado. En tal medio,
predomina el engaño de los sentidos, que nos hace dudar cada vez más de las
apariencias. De hecho, en la novela la reputación de los autores rara vez tiene
que ver con su valía personal o su talento; es, más bien, prueba de su
habilidad para reconocer las relaciones de poder entre agentes e instituciones
culturales, y para asociarse a individuos que puedan ayudarles a subir en el
escalafón del (sub)mundo de la producción cultural mexicana. No se trata, no
obstante, de un simple acuerdo de mutua ayuda o de una sociedad de admiración
mutua, puesto que abundan también las zancadillas, las envidias y las luchas
internas. Así pues, el escritor ha de saber navegar con acierto este universo
que cuenta con leyes de evaluación y relaciones de poder propias, si quiere que
el valor de su obra acabe siendo reconocido con un premio importante o el
reconocimiento de sus colegas. La lucha por perpetuar el statu quo o por generar ese valor artificial lleva a los personajes,
como hemos visto, a tener relaciones sexuales con miembros de las esferas
dominantes o a hacer favores con la certeza de que se obtendrá un beneficio muy
superior.
Paradójicamente, al final de la novela el protagonista sí que consigue el
reconocimiento de la elite cultural mexicana al ganar un prestigioso premio,
sin necesidad de rebajarse a las artimañas que le recomiendan los escritores
que entrevista. Su experiencia, por tanto, parece presentarse como la excepción
que confirma la regla. Si bien se nos revela a lo largo del argumento que la
obra de un escritor carece de valor fuera del campo literario, puesto que no
hay autonomía posible, el protagonista consigue, desde la cárcel, acceder a ese
preciado valor sin venderse a los poderosos ni usar ninguna de las estrategias
que le han explicado los escritores que entrevista como policía judicial. Este
ejemplo del escritor frustrado que se convierte en escritor reconocido sin
obedecer las reglas del juego constituye también una excepción a las premisas
establecidas por Bourdieu, puesto que el protagonista logra evitar a los
agentes culturales con el poder de “crear” a los escritores y dar valor a sus
obras:
When the newcomers are not disposed to enter
the cycle of simple reproduction, based on recognition of the “old” by the “young”—homage,
celebration, etc.—and recognition of the “young” by the “old”—prefaces,
co-optation, consecration, etc.—but bring with them dispositions and position-takings
that clash with the prevailing norms of production and the expectations of the
field, they cannot succeed without the help of external changes. (The Field 57)
La única estrategia que
sí utiliza Evaristo es la de hacer literatura de crítica ético-social, la misma
usada por su antes admirada Palmira Jackson, pero la diferencia reside en que él
lo hace sin ánimo de lucro, puesto que en un principio ni siquiera pensaba
publicar la novela ni enviarla a concurso alguno. Y precisamente esta transgresión,
este “interest in disinterestedness” (40), para usar la frase de Bourdieu, lo
hace un escritor “puro” que lucha contra instituciones corruptas, lo que contribuye,
a ojos del lector, a incrementar su capital simbólico. Pero ya es demasiado
tarde; ha conseguido la legitimidad y prestigio literarios que tanto anhelaba,
así como la posición en el campo literario con que soñaba, en un momento en que
sus constantes decepciones lo han llevado a despreciarlos. En cualquier caso,
inmediatamente después de conseguir su deseado capital simbólico, el
protagonista intimida involuntariamente a Rubén Estrella, quien lo considera un
competidor injusto. Movido por una envidia irracional, Estrella intenta
asesinarlo, acusándolo de haber comprado al jurado de un concurso en el que él
también participó. De nuevo, la motivación para asesinar al protagonista, así
como la que tuvo para matar a Lima, parece poco verosímil, lo que podría ser otro
fallo de una novela en principio de corte realista.
Sobra decir que, por medio de su protagonista, Serna se
excluye indirectamente a sí mismo de un corrupto mundo literario de ficción
que, según el lector puede intuir fácilmente, tiene un correlato en la realidad
(si bien tamizada por la exageración y el sarcasmo), a juzgar por el uso de
nombres reales, como el de Octavio Paz. A su manera, el autor se convierte en
un eco de sus personajes, Roberto Lima y Evaristo Reyes, que se enfrenta sin
miedo a los autores más establecidos y con el poder de asignar valor a otros autores
y sus obras (Octavio Paz y Elena Poniatowska). La boutade de la que acusan los otros escritores a Evaristo por volver
a integrarse al cuerpo policial es, por tanto, un eco indirecto del desaire de
Serna al campo literario mexicano. Y el rechazo a las jerarquías criticadas en
la novela se hace notable, asimismo, por el hecho de que el narrador
omnisciente (como los de Juan Rulfo) utiliza el mismo lenguaje coloquial que
los personajes de la novela. No obstante, a juicio de Méndez-Ramírez, “el autor difícilmente se podría considerar como un
escritor excluido o marginado. Serna es uno de los ‘jóvenes’ escritores más
conocidos en el país—a pesar de que él mismo insiste en entrevistas y
conferencias en presentarse como un escritor fuera del sistema, al estilo de
sus personajes álterego, Roberto Lima y Evaristo Reyes– y es un colaborador
frecuente de Letras Libres y Nexos y que publica en Joaquín
Mortiz y CONACULTA” (400-01). Si aceptamos la afirmación de Méndez-Ramírez, Serna, al
contrario que sus personajes marginales, Roberto Lima y Evaristo Reyes, hace
una crítica a la elite literaria mexicana desde adentro, lo cual, por cierto,
no le resta mérito; por el contrario, lo excluye del clásico paradigma edípico
por el que el escritor de la nueva generación trata de matar simbólicamente al
ya establecido, para pasar a dibujarlo como un autor que, a pesar de haber
logrado establecerse en el panorama cultural mexicano, arriesga su reputación
criticando sistemáticamente a todo el aparato cultural de su país.
Obras citadas
Bourdieu, Pierre. The Field of Cultural Production: Essays on
Art and Literature. Ed. Randal.
Johnson.
New York: Columbia University Press, 1993. Impreso.
---. Language
and Symbolic Power. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press,
2001. Impreso.
Méndez-Ramírez, Hugo. “Política cultural y eurocentrismo en El miedo a los
animales de
Enrique Serna.” Revista
Iberoamericana 76.231 (Abril-Junio 2010): 393-407. Impreso.
Serna, Enrique. Amores de segunda mano. Xalapa, México:
Universidad Veracruzana, 1991.
Impreso.
---. El miedo a los animales. México D.F.:
Josquín Mortiz, 1995. Impreso.
Vargas Llosa, Mario. Conversación en La Catedral. Madrid: Punto de Lectura, 2004. Impreso.
Venkatesh, Vinodh. “Androgyny, Football and Pedophilia:
Rearticulating Mexican
Masculinities
in the Works of Enrique Serna.” Revista de Literatura
Mexicana Contemporánea 49 (2011): 25-36. Impreso.
---. “La
hermana perdida de Angélica María: Enrique Serna Writes the Lost Decade.” Revista
de Estudios
Hispánicos 47.1 (2013): 103-25. Impreso.
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