Publicado en El Adelantado de Segovia
Una nueva guerrilla urbana avanza entre las sombras pero, a pesar de su denominación, este reciente fenómeno internacional tiene más bien poco que ver con guerrillas separatistas o violentas. En realidad, se trata de “comandos verdes” que salen en cuadrillas por la noche, armados de palas, tiestos, y tierra para plantas, y decididos a convertir en pequeños parques y jardines los muchos espacios semiabandonados que existen en las ciudades y sus alrededores, incluyendo solares olvidados, terrenos baldíos, cunetas de carreteras y vías de ferrocarril, el entorno descuidado de los árboles e incluso los estacionamientos públicos. En 2005, explica Heather Millar, un colectivo de artistas de San Francisco llamado Rebar convirtió, sin pedirle permiso a nadie, todo un estacionamiento público en un jardín. Dos años más tarde, doscientos grupos en más de cincuenta ciudades de todo el mundo ya habían emulado la hazaña en el dominado “Global Park(ing) Day” (que es obviamente un juego de palabras con las voces parking y park, parque en inglés). El problema que les surge a las autoridades locales es que no es tan fácil condenar o multar a alguien por embellecer desagradables rincones urbanos con rosas, jazmines y tulipanes o por convertir terrenos abandonados o vertederos en pequeños huertos de tomates y lechugas.
Está claro que lo que estos quijotes ecologistas están tratando de hacer es llamar la atención o protestar a su manera contra el progresivo afeamiento y deshumanización del entorno ambiental en que ha decidido vivir el ser humano del siglo XXI. En las últimas décadas la mayor parte de la población mundial ha pasado a vivir en ciudades y vamos a tener que idear la manera de hacer que estos espacios sean más habitables, agradables y humanos. Ante la flagrante apatía por el deterioro ambiental tanto por parte de las instituciones como de los gobiernos, los ciudadanos han decidido actuar por su cuenta y riesgo. Todo comenzó una noche de 2004 cuando el joven publicitario Richard Reynolds, que tiene ahora 31 años, echaba de menos el ambiente rural de Devon en que había crecido y, para curar su nostalgia, decoró con plantitas y flores los alrededores del feo edificio de apartamentos londinense en que vivía entonces. Al notar que surgían cada vez más discípulos y seguidores, el cultivador ilegal en lucha contra la negligencia oficial hacia los espacios públicos creó la página web www.guerrillagardening.org en octubre de 2004. Allí se incluyen sugerencias de cómo empezar un grupo guerrillero de jardineros ilegales o cómo unirse a alguno ya existente. Hoy en día ya hay nada menos que 4.000 “guerrilleros jardineros” de todas las edades (abuelitas rebeldes incluidas, y si no, vean las fotos en la página web) repartidos por todo el mundo que se dedican a estas acciones subversivas a golpe de pétalo desde Carmel Valley (California) hasta Milán, pasando por Mumbai y la localidad ugandesa de Kagoma. Ante el creciente interés por su filosofía, Reynolds publicó el año pasado un manual para “guerrilleros verdes” titulado On Guerrilla Gardening: a Handbook for Gardening without Boundaries (algo así como “Sobre la jardinería guerrillera: un manual para sembrar jardines sin fronteras”; 2008). Siguiendo su ejemplo, están apareciendo otras bitácoras afiliadas, como www.heavypetal.ca, en Vancouver, aunque ésta se ha ido comercializando bastante. Hablando de Canadá, desde hace un tiempo Toronto amanece algunas mañanas con nuevos mini-jardines, resultado de las discretas “operaciones” nocturnas de nuevos “comandos” (para usar el mismo vocabulario de los guerrilleros). Como apunta Heather Millar, unas veces compran ellos mismos las plantas y otras, piden donaciones o sacan esquejes de sus jardines.
Pasando ahora al plano local, las Navidades pasadas encontré Segovia mejor cuidada y más bonita que nunca. Mi más sincera felicitación a los responsables de tanta mejora en cuestión de jardines, museos, estacionamientos subterráneos y zonas peatonales, quienesquiera que sean. Ya hace tiempo, alguien decidió convertir el descampado de detrás del cuartel de la Guardia Civil que la gente llamaba Las Eras o La Dehesa, y que era abonado de vez en cuando por cagadas de oveja que pisábamos para ir a clase, en un hermoso parque que alegra la vista y la vida de los segovianos. Lo mismo pasó con el valle del Clamores (famoso por sus olores, decíamos cuando yo era pequeño) y con La Alameda, que en mi infancia daban auténtico asco y ahora se han convertido en una arcadia para el paseo de enamorados, las carreras de deportistas y el nado de los patos. No obstante, todavía queda mucho por hacer. Con este artículo, yo no estoy diciendo que haya que seguir el ejemplo de los “jardineros guerrilleros” y convertir feos estacionamientos y terrenos baldíos en hermosos jardincitos… o a lo mejor sí lo estoy diciendo; lo dejo a discreción del paciente lector (si es que ha conseguido llegar hasta este párrafo final). Yo me lavo las manos si, de repente, el estacionamiento para autobuses que han puesto al lado del Pinarillo queda convertido en uno de estos jardines espontáneos o en un anfiteatro popular; si los terrenos adyacentes a la estación de RENFE aparecen un día inundados de flores de todos los colores; si las amplias pero frías calles de la Nueva Segovia se llenan de la noche a la mañana de arbolitos y arbustos; si el horroroso parquecito de baldosas de la plaza de Muerte y Vida decide por su cuenta un día inclinarse más hacia la vida que hacia a la muerte; y si un sucedáneo de Che Guevara verde y segoviano de pura cepa decide contaminar de petunias y de lirios algún polígono industrial por ahí y poco a poco consigue duplicar el número de parques y de árboles de nuestra ciudad… o influir a los políticos de turno para que lideren estas acciones ellos mismos.
... y para muestra, un botón. Observad el vídeo:
Una nueva guerrilla urbana avanza entre las sombras pero, a pesar de su denominación, este reciente fenómeno internacional tiene más bien poco que ver con guerrillas separatistas o violentas. En realidad, se trata de “comandos verdes” que salen en cuadrillas por la noche, armados de palas, tiestos, y tierra para plantas, y decididos a convertir en pequeños parques y jardines los muchos espacios semiabandonados que existen en las ciudades y sus alrededores, incluyendo solares olvidados, terrenos baldíos, cunetas de carreteras y vías de ferrocarril, el entorno descuidado de los árboles e incluso los estacionamientos públicos. En 2005, explica Heather Millar, un colectivo de artistas de San Francisco llamado Rebar convirtió, sin pedirle permiso a nadie, todo un estacionamiento público en un jardín. Dos años más tarde, doscientos grupos en más de cincuenta ciudades de todo el mundo ya habían emulado la hazaña en el dominado “Global Park(ing) Day” (que es obviamente un juego de palabras con las voces parking y park, parque en inglés). El problema que les surge a las autoridades locales es que no es tan fácil condenar o multar a alguien por embellecer desagradables rincones urbanos con rosas, jazmines y tulipanes o por convertir terrenos abandonados o vertederos en pequeños huertos de tomates y lechugas.
Está claro que lo que estos quijotes ecologistas están tratando de hacer es llamar la atención o protestar a su manera contra el progresivo afeamiento y deshumanización del entorno ambiental en que ha decidido vivir el ser humano del siglo XXI. En las últimas décadas la mayor parte de la población mundial ha pasado a vivir en ciudades y vamos a tener que idear la manera de hacer que estos espacios sean más habitables, agradables y humanos. Ante la flagrante apatía por el deterioro ambiental tanto por parte de las instituciones como de los gobiernos, los ciudadanos han decidido actuar por su cuenta y riesgo. Todo comenzó una noche de 2004 cuando el joven publicitario Richard Reynolds, que tiene ahora 31 años, echaba de menos el ambiente rural de Devon en que había crecido y, para curar su nostalgia, decoró con plantitas y flores los alrededores del feo edificio de apartamentos londinense en que vivía entonces. Al notar que surgían cada vez más discípulos y seguidores, el cultivador ilegal en lucha contra la negligencia oficial hacia los espacios públicos creó la página web www.guerrillagardening.org en octubre de 2004. Allí se incluyen sugerencias de cómo empezar un grupo guerrillero de jardineros ilegales o cómo unirse a alguno ya existente. Hoy en día ya hay nada menos que 4.000 “guerrilleros jardineros” de todas las edades (abuelitas rebeldes incluidas, y si no, vean las fotos en la página web) repartidos por todo el mundo que se dedican a estas acciones subversivas a golpe de pétalo desde Carmel Valley (California) hasta Milán, pasando por Mumbai y la localidad ugandesa de Kagoma. Ante el creciente interés por su filosofía, Reynolds publicó el año pasado un manual para “guerrilleros verdes” titulado On Guerrilla Gardening: a Handbook for Gardening without Boundaries (algo así como “Sobre la jardinería guerrillera: un manual para sembrar jardines sin fronteras”; 2008). Siguiendo su ejemplo, están apareciendo otras bitácoras afiliadas, como www.heavypetal.ca, en Vancouver, aunque ésta se ha ido comercializando bastante. Hablando de Canadá, desde hace un tiempo Toronto amanece algunas mañanas con nuevos mini-jardines, resultado de las discretas “operaciones” nocturnas de nuevos “comandos” (para usar el mismo vocabulario de los guerrilleros). Como apunta Heather Millar, unas veces compran ellos mismos las plantas y otras, piden donaciones o sacan esquejes de sus jardines.
Pasando ahora al plano local, las Navidades pasadas encontré Segovia mejor cuidada y más bonita que nunca. Mi más sincera felicitación a los responsables de tanta mejora en cuestión de jardines, museos, estacionamientos subterráneos y zonas peatonales, quienesquiera que sean. Ya hace tiempo, alguien decidió convertir el descampado de detrás del cuartel de la Guardia Civil que la gente llamaba Las Eras o La Dehesa, y que era abonado de vez en cuando por cagadas de oveja que pisábamos para ir a clase, en un hermoso parque que alegra la vista y la vida de los segovianos. Lo mismo pasó con el valle del Clamores (famoso por sus olores, decíamos cuando yo era pequeño) y con La Alameda, que en mi infancia daban auténtico asco y ahora se han convertido en una arcadia para el paseo de enamorados, las carreras de deportistas y el nado de los patos. No obstante, todavía queda mucho por hacer. Con este artículo, yo no estoy diciendo que haya que seguir el ejemplo de los “jardineros guerrilleros” y convertir feos estacionamientos y terrenos baldíos en hermosos jardincitos… o a lo mejor sí lo estoy diciendo; lo dejo a discreción del paciente lector (si es que ha conseguido llegar hasta este párrafo final). Yo me lavo las manos si, de repente, el estacionamiento para autobuses que han puesto al lado del Pinarillo queda convertido en uno de estos jardines espontáneos o en un anfiteatro popular; si los terrenos adyacentes a la estación de RENFE aparecen un día inundados de flores de todos los colores; si las amplias pero frías calles de la Nueva Segovia se llenan de la noche a la mañana de arbolitos y arbustos; si el horroroso parquecito de baldosas de la plaza de Muerte y Vida decide por su cuenta un día inclinarse más hacia la vida que hacia a la muerte; y si un sucedáneo de Che Guevara verde y segoviano de pura cepa decide contaminar de petunias y de lirios algún polígono industrial por ahí y poco a poco consigue duplicar el número de parques y de árboles de nuestra ciudad… o influir a los políticos de turno para que lideren estas acciones ellos mismos.
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1 comentario:
No conocía a estos señores tan simpáticos arregla-jardines. Qué guay. Pero no creo que en España algo así prospere, no sé si tanto porque haya o no quien se apunte a la iniciativa, sino porque me temo que las flores no durarían una semana sin ser arrancadas y vendidas en algún mercado vecino o los setos o el césped objetivo de meadas y litronas rotas.
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