Acaba de aparecer en la revista de internet eSefarad. Noticias del mundo sefaradí un artículo traducido del hebreo al castellano en el que se detalla el descubrimiento de una sinagoga secreta (puede que fuera la única) que utilizaban los criptojudíos o “marranos” segovianos. Fue precisamente una descendiente de la decimoséptima generación de Abraham Señor, rabino mayor de España y ministro de finazas de los Reyes Católicos, la que la descubrió. Según cuenta Odaya Bend, que lleva años jubilada, viajó a Segovia con la intención de visitar el lugar secreto, del que tenía noticias gracias a varios documentos en su posesión que fueron escritos por el propio Abraham Señor. En dichos textos, el insigne judío segoviano describe la sala de rezos y cómo solía bajar a ella por una escalera desde el segundo piso del palacio.
Además, el peregrinaje a la ciudad de sus ancestros formaba parte de la investigación previa a la escritura de una novela que llevará el título de ¨Dos mujeres y un amor prohibido¨ y que tiene lugar en nuestra ciudad. Con ello, Bend esperaba recrear mejor el ambiente y los espacios narrativos. Cuál no fue su sorpresa cuando los guías de la casa museo le aseguraron que no tenían noticia de que existiera allí ninguna sinagoga escondida. Pero al enterarse de que parte del palacio se había transformado en un convento franciscano, Bend tuvo la corazonada de que allí podía hallarse la sala de rezos. Y su perseverancia dio los frutos esperados: ¡encontró por fin la sala de rezos!
Parece ser que tras fingir que su conversión al cristianismo, Abraham Señor mantuvo sus excelentes relaciones con los reyes Isabel y Fernando, quienes seguramente nunca llegaran a sospechar que entre las sombras, su ministro seguía practicando la ley de Moisés. Su sinagoga secreta debió de servir de sala de culto a los valientes “marranos” de la judería segoviana que se jugaban la vida manteniendo su fe. Varios investigadores ya habían mencionado que su conversión al cristianismo nunca fue sincera. Por ejemplo, en el capítulo quinto del libro Sefarad de Pablo A. Chami, se asegura que, en su lecho de muerte, se oyó a Abraham Señor rezar el Shemá Israel (Escucha, Oh Israel), la oración judía:
“¡Murió Abraham Señor —que el Nombre lo tenga en su gloria! Algunos de los nuestros, que estuvieron cerca de su lecho, dicen que murió recitando una plegaria: el Shemá. Eso dicen los que acercaron sus oídos a los labios temblorosos de Abraham Señor para escuchar sus últimas palabras. Murió afligido porque no pudo convencer a los reyes que derogaran el Edicto de expulsión. Hasta en los últimos días rogó a los influyentes del reino para hacer tornar el parecer de Fernando e Isabel. Pero fue todo inútil: tenían endurecida el alma.”
Cinco siglos y medio después, la sala de rezos ha vuelto a ser visitada por una persona judía: nada menos que su descendiente. Según cuenta Bend, la noticia de que era descendiente de Abraham Señor fue motivo de júbilo para la encargada del negocio de souvenirs de la casa museo, quien la llevó personalmente al departamento de cultura de la municipalidad. El intendente les consiguió a la escritora y a su esposo un guía para que les permitiera visitar todos los lugares deseados, pero éste no tenía noticia de la existencia de ninguna sinagoga. No obstante, ante la insistencia de la investigadora israelí, quien aseguraba haber leído en textos del propio Abraham Señor que existía tal sala secreta, prometió hacer averiguaciones. Al principio, el guía se topó con el obstáculo de que no se les permitía el acceso al convento pero, contagiado por el entusiasmo de la escritora, usó sus contactos personales con los clérigos y tras varias súplicas, logró que se les permitiera ingresar al convento a primera hora de la mañana.
Acompañados esta vez por dos guías, Bend y su marido ingresaron por una puerta lateral. Al preguntar por la sala de rezos, el portero los condujo por unos pasillos hasta llegar a una sala amplia en el lado derecho del convento donde hallaron, por fin, el salón para las mujeres con la estrella de David y en frente, la tarima y el aron kodesh o arca sagrada donde se guardaba la Torá, en donde ahora se halla con altar con una figura de Jesucristo. “Parecía como si recién hubiera salido el último judío de rezar”, cuenta la israelí. Los allí presentes, explica, quedaron anonadados por el descubrimiento. Como explicó el portero, la sala había quedado según la dejó Abraham Señor, con la única diferencia de que ahora se habían abierto ventanas. Entre lágrimas, Bend descubrió también unas angostas aperturas en el piso por donde pasaba el aire, así como las escaleras descritas por su antepasado. Allí habían practicado en secreto su fe Abraham Señor y sus otros antepasados.
Aparte de lo interesante que pueda parecer esta historia casi detectivesca, creo que sería interesante que se permitiera pronto disfrutar de este importante hallazgo tanto a los segovianos como a los turistas interesados, que podrían ser muchos. Ojalá que el descubrimiento sirva para continuar y mejorar la recuperación de la judería nueva y de nuestra memoria histórica.
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