El escritor Fernando Iwasaki ha sugerido que lo kitsch, hortera o huachafo (como se dice en su Perú nativo) es quizás la mayor aportación hispana a la cultura occidental. Según él, todas las rechinantes variedades del ultramar vienen de la versión original hispana, incluyendo la pava venezolana, los nacos mexicanos, la mersa argentina, los siúticos chilenos y la huachafería peruana. De hecho, continúa Iwasaki, cuando llegó Colón al Nuevo Mundo, por allí no había horteras, “y, sin embargo, los indios que recibieron al almirante en las playas de Guanahaní, regresaron horterísimos a sus aldeas provistos de espejitos, sombreros, baratijas y diversos abalorios. Desde entonces pululan tantos horteras en América Latina, que muchos piensan que somos los padres de la criatura”.
Pues, bien, aunque reconozco que, como buen segoviano, no me canso de colgar en mi muro de Facebook propaganda promocional de la candidatura de Segovia como capital cultural europea para 2016, no cabe duda de que este tipo de videoclips y otros productos autopromocionales de ciudades y países para grandes eventos internacionales cae un pelín en lo horterilla. Espero que nadie se ofenda con estos comentarios que llegan siempre desde el respeto. Y, si tan hortera o huachafo es, ¿por qué te unes simbólicamente a la campaña?, se preguntarán algunos. La respuesta es fácil: no por ser un poquillo hortera deja de ser importante. Y doy un par de ejemplos. Cuando llegué a Estados Unidos, apenas se hablaba de España en los medios de comunicación. Cuando aparecía nuestro país en el radar era casi siempre con un tufillo rancio y anacrónico que poco tenía que ver con la realidad. Fue, sin duda, la llegada de los Juegos Olímpicos de Barcelona lo que puso a España en el mapa del imaginario norteamericano; bueno, más concretamente, la promoción le vino bien sobre todo a Barcelona, ahora punto de visita obligatorio para cualquier turista norteamericano que se precie. Y del tirón propagandístico de las Olimpiadas, llegó más tarde un incremento del interés por fiestas que aquí dejan perplejos a propios y ajenos, como los Sanfermines y La Tomatina. Años más tarde, noté que cuando mis alumnos iban de viaje a España incluían una ciudad que antes nunca entraba en su radar: Bilbao. De nuevo, en este caso la promoción llegó gracias a la construcción en 1997 del Museo Guggenheim en esta ciudad, a manos del arquitecto canadiense Frank O. Gehry. Si bien es sólo uno de los cinco museos de la Fundación Solomon R. Guggenheim, ha sido la chispa para que al turista le suene el nombre de Bilbao y que, por tanto, quiera visitar la ciudad (cuando quizás tendría más sentido visitar San Sebastián, por ejemplo, pero ése es ya otro tema). En resumidas cuentas, toda promoción que se le pueda a nuestra ciudad es poca, ya sea para capitalidades culturales o para cualquier otro evento que nos dé visibilidad. Yo soy el primero en romper una lanza a favor de lo hortera si, como sospecho, contribuye de alguna manera a aumentar o mejorar el turismo.
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