lunes, 2 de octubre de 2017

Review of Rafael Reyes-Ruiz's novel La forma de las cosas.

Reyes-Ruiz, Rafael. La forma de las cosas. Sevilla: Ediciones Alfar, 2016. 221 pp.
ISBN 9788-4789-8705-4

Ignacio López-Calvo
University of California, Merced

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En su nueva novela La forma de las cosas, el colombiano Rafael Reyes Ruiz (1961-) hace uso del suspense para dibujarnos una historia de encuentros fortuitos y desencuentros inevitables, de amor y desamor entre personajes transnacionales y aventureros. No es de extrañar el enfoque si se tiene en cuenta que el autor es un antropólogo de la Universidad Zayed de Dubái que se dedica a investigar las identidades sociales transnacionales en América Latina y Japón. Los capítulos de la novela alternan entre la narración en primera y tercera persona, pero coinciden en el tono de suspense y el halo de misterio que caracteriza a la historia, como si se tratara de una novela policial.

La forma de las cosas forma parte de la trilogía “El cruce de Roppongi”, enfocada en personajes expatriados que luchan por encontrar el norte en medio de su desarraigo en Japón. Como ya hizo en su anterior novela, Las ruinas, el marco espacial nos devuelve a parajes asiáticos (en este caso Japón, Tailandia y Macao) y a la continuación del secular encuentro entre Oriente y Occidente, pero esta vez manchados por las turbias sombras de las mafias internacionales. El protagonista caribeño y expatriado, Javier Pinto, cuyos padres viven en California, descubre desde la distancia geográfica su verdadera latinoamericanidad en un mundo cada vez más globalizado. Residente en San Francisco, California, turista, traductor de manuales de electrodomésticos en Tokio y aspirante a novelista o cuentista, conoce a una joven viajera en Bangkok con la que acabará casándose. Se trata de Roxana, hija de un exiliado iraní zoroastriano que trabaja en una tienda de alfombras persas en Múnich propiedad de su padre, que viaja todos los inviernos.


En un principio, lo único que busca el protagonista es un lugar barato donde se pueda vivir con poco dinero para poder dedicarse a sus dos verdaderas pasiones: leer y escribir. Pero su vida acaba siendo bastante más complicada. Casi sin quererlo, acepta un puesto de trabajo aparentemente rutinario en Tailandia que le ofrece un misterioso hombre de negocios japonés. Como descubrirá más tarde, su jefe está inmerso en el turbio mundo de las mafias japonesas, tailandesas y macanesas.
Con el tiempo, su matrimonio entra en crisis. Roxana, que ha pasado de ser una viajera ingenua a convertirse en una mujer sofisticada y segura de sí misma, le acusa a Javier de haberse vuelto como Hajime Ogawa de tanto trabajar con él: celosa de las posibles infidelidades de su marido, declara que su relación ha perdido la espontaneidad que la caracterizaba y se ha vuelto una ficción. Al final, deciden separarse. A la vez, el hallazgo de un documento en su oficina le abre los ojos al protagonista sobre el peligroso mundo en el que, sin darse cuenta, se ha metido. La primera parte de La forma de las cosas tiene lugar en 1989, cuando Javier comienza su nueva vida en Bangkok, donde vivirá seis meses, tras haber viajado tres meses por la India. Allí conoce a otro latinoamericano cosmopolita, un músico venezolano y también caribeño llamado César, que había vivido dos años en Australia. De repente, César lo confunde con otra persona, le llama Gabriel y le pregunta si no se acuerda de él porque estudiaron juntos en el Colegio Británico de Maracaibo. Curiosamente, Javier había aprendido inglés en colegio del mismo nombre, pero en otro país. Más adelante, César le dice, misteriosamente, que están en una encrucijada (en un principio la novela se iba a titular Cruce de caminos) porque han perdido la brújula.

El misterio de aquella conversación queda sin explicación, así como el hecho de que un

japonés llamado Ogawa le asegure de que los dioses lo llevaron a ese lugar en que se hallan. Ogawa le invita a tomar una limonada en su despacho, donde le ofrece un trabajo de intérprete y un sueldo que Javier no puede rechazar. El trabajo, junto al feliz momento que está pasando con Roxana, lo animan a quedarse a trabajar en Tailandia, aunque no sabe muy bien a qué se dedica su jefe ni tampoco entiende por qué necesita a un traductor cuando, en realidad, tanto él como los negociantes con los que trata se entienden bien en inglés. Esto le lleva a especular que lo utiliza para ganar credibilidad, para asegurarse de que no lo engañan, o que simplemente desea presumir de tener a un extranjero en la nómina de trabajo. Ogawa tan sólo le asegura que el negocio al que se dedica, la venta de joyas a turistas japoneses, es totalmente legal y que es además el principio de algo más grande. No obstante, su novia Roxana insiste en que Ogawa no le inspira confianza, lo que constituye un primer indicio. Más adelante, Ogawa le ofrece un puesto a tiempo completo como intérprete en Yokohama, donde será su mano derecha asistiendo a reuniones con inversores y colaborar en el desarrollo de estrategias de promoción y mercadeo.

Por otra parte, Javier piensa (en un principio erróneamente, si bien parece que lo que leemos es precisamente la narración que hace Javier de dichas vivencias) que esa aventura laboral puede servirle de inspiración para sus narraciones. En una conversación que tiene lugar una década más tarde, en 1999, Javier le cuenta a su amiga Lena que está trabajando en una antología de cuentos de viajes en lugares exóticos con momentos insólitos, encuentros inesperados y “temas como el descubrimiento, la duda y el miedo de perder el camino” (104), lo que le da a la novela rasgos metanarrativos. Si bien La forma de las cosas no se trata exactamente de historias de viajes, sí incluye personajes viajeros que se hallan muy lejos de su lugar de nacimiento, con frecuencia tratando de encontrase a sí mismos como los de la antología de cuentos que está escribiendo Javier.
Al final, Matsuda, un socio de Ogawa le revela al protagonista que en efecto, Hemispheres, el negocio de Ogawa donde trabaja Javier trafica tanto con la mafia japonesa como con la tailandesa y quizás también las de Macao. El restaurante, un negocio fallido, es además una tapadera y las mujeres que trabajaban en el restaurante son en realidad prostitutas: “Probablemente, los detalles personales en ese documento errante eran para chantajear a las mujeres o para amenazar a sus familias en el caso de que trataran de escapar o denunciarlos a la policía” (168). La novela concluye con el progresivo alejamiento de su jefe Ogawa por parte de Javier, quien ha tomado por fin conciencia del peligro que han estado corriendo tanto él como su esposa. Ahora Javier planea colaborar con su amigo César en la creación de un centro cultural latinoamericano clases de español y baile en las afueras de Roppongi.

En definitiva, la ágil prosa de Rafael Reyes Ruiz y su dominio de distintos dialectos del castellano hace su obra más cosmopolita. La forma de las cosas es una novela bien escrita, intrigante y que invita al lector a viajar por parajes exóticos, a presenciar la historia de un desamor y a lidiar con asuntos farragosos relacionados con las mafias internacionales, desde la perspectiva de personajes occidentales en Asia.

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