Y ¿por qué te dio por escribir en castellano?, le pregunté. Ahmed Ararou es un escritor marroquí que ha publicado solamente media docena de cuentos, con los que ha recibido la atención de críticos como Cristián H. Ricci, entre otros. Jugando con la idea borgiana de que la obra no tiene autor, bromea diciendo que él, por el contrario, es un escritor sin obra. Su respuesta fue larga, pausada y entrecortada por su omnipresente risa. Mi padre fue parte de la guardia mora de Franco, me explicó, y cuando se enfadaba, me insultaba en castellano. Además, añadió, si la lengua española está repleta de vocablos árabes, creo que tengo derecho a cruzar el estrecho cuando me plazca. Luego me instó a leer su cuento “La resaca”, en donde responde, por medio de la ficción, a la pregunta que le hice. Además de él, varios otros escritores marroquíes escriben en castellano, incluyendo a Ahmed Gamoun, Mohamed Lahchiri, Larbi El Harti, Sanae Chairi, Saïd El Kadaoui y Abderrahman El Fathi. Otras escritoras de origen marroquí, como Najat El Hachmi, escriben en catalán y suelen publicar sus obras simultáneamente en catalán y castellano.
Las razones por las que decidieron escribir en esa lengua, siendo casi todos ellos perfectamente bilingües en árabe y francés, son variadas. Pero no cabe duda que los años del Protectorado español en el norte de Marruecos han dejado huella. Todavía hoy se puede ver un juzgado de primera instancia en la hermosa ciudad azul de Chefchaouen con un letrero trilingüe en castellano, francés y árabe. Muchas tiendas en Tetuán, por ejemplo, llevan nombres españoles como La Pausa, La Valenciana, Pensión Bilbao, Hotel Príncipe. E incluso me topé con un saharaui en una estación de autobuses que decía recordar con nostalgia los años en que el Sáhara Occidental era colonia española. Los españoles nos llamaban “La gente que sigue la nube”, me explicó, porque íbamos con nuestras cabras y ovejas buscando la poca lluvia que caía para que se alimentaran. Y cuando no llovía nada, descargaban cebada para nuestro ganado. Ahora, me contó, le duele ver a muchos de sus compatriotas en campos de refugiados en Argelia y a dos de sus hermanos desaparecidos. Lamentaba también el hecho de que el gobierno marroquí haya obligado a los saharauis a cambiarse de nombre para que parezcan menos de los que son (74.000 en el momento de la retirada española en 1975) cuando llegan los recuentos de las Naciones Unidas. Me enseñó, incluso, un documento español con su antiguo nombre y el nuevo, arabizado.
Sorprende, en cualquier caso, que en un país con casi un 65 por ciento de analfabetismo, haya tanta gente que hable castellano y que además lo haga tan bien. No en vano, Marruecos es el país con más institutos Cervantes, con seis por ahora. Además de las numerosas camisetas del Madrid y sobre todo del Barça que se ven por Marruecos, uno puede encontrar también algunas de las selección nacional española y me dicen que la mayoría de la gente del país vecino apoyaba a España durante el mundial de Sudáfrica. Sin embargo, en el congreso sobre Orientalismo y relaciones este-oeste que coorganicé en Fez, se pudieron oír voces que clamaban contra los atropellos cometidos por las tropas españolas durante el Protectorado, así como contra la imagen que se da de los marroquíes tanto en la prensa como en los libros de texto de enseñanza secundaria de la Península. Parecía obvio que las heridas no se han cerrado. De hecho, al abrir el primer periódico que encontré en Tetuán, me chocó ver un par de fotos de Franco que parecía conmemorar algún evento histórico. No cabe duda de que España está mucho más presente en el radar marroquí que Marruecos en el nuestro. A pesar de las importantes relaciones económicas bilaterales y del hecho de que los presidentes españoles tienen la tradición de visitar Rabat antes que ninguna otra capital, lo cierto es que Marruecos, un bellísimo y seguro país separado solamente por un diminuto estrecho, sigue siendo un perfecto desconocido para la mayoría de los españoles. Quizás vaya siendo hora de despojarse de rencillas históricas y desencuentros culturales para estrechar nuestro brazo a un país con un enorme potencial económico, humano y cultural.
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