Palabras clave: Elecciones en Estados Unidos, dictadores africanos, Obama en África, Camerún
Por Ignacio López-Calvo
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Por Ignacio López-Calvo
Publicado en El Adelantado de Segovia
Antes de salir de viaje a Camerún, lo único que yo sentía realmente era perderme la inminente victoria de Barak Obama, que ya estaba cantada; ni siquiera sabía si tendría la oportunidad de ver el evento por televisión. Sin embargo, la experiencia de observar su victoria desde África ha sido, sin duda, mucho más valiosa y significativa para mí.
Desde mi llegada al país del África occidental, lo primero que me llamó la atención fue ver el nombre y la foto de Obama en cada una de las pantallas de ordenador de los internet cafés, en las camisetas de la gente, en las tiendas… No podía creer la importancia que tenían estas elecciones presidenciales norteamericanas en un país tan lejano como Camerún. Pero llegó la noche de las elecciones y todas mis dudas se despejaron: “Es nuestro presidente”, “Es nuestro presidente”, gritaban algunos cameruneses. El ver las lágrimas rodando por las mejillas de la gente y saltar de alegría con ellos en un país donde tampoco hay mucho que celebrar fue realmente algo inolvidable. No hubo manera de dormir en el hotel porque todo el mundo se concentró frente a la pantalla del televisor y, cuando entre las 3:30 y 4:00 de la mañana, empezó a quedar claro que la victoria era ya un hecho, festejamos y cantamos el nombre del nuevo presidente de Estados Unidos junto con el lema de su campaña, “Sí, se puede” (pero en inglés, claro).
Al día siguiente, varios colegas africanos me comentaron que, para ellos, el objetivo estaba cumplido: lo importante era conseguir el capital simbólico de tener a un afroamericano como presidente del país más poderoso de la Tierra. Eran, por tanto, conscientes de que, al menos durante los primeros años de su mandato, Obama tendrá prioridades mucho más importantes sobre la mesa que la situación sociopolítica y económica del continente en que todavía vive su abuela paterna. En contraste, las impresiones del ciudadano de la calle son muy diferentes: muchos conciben la victoria en la campaña presidencial norteamericana prácticamente como la segunda llegada del Mesías. De hecho, oí a uno de los entrevistados por una cadena de televisión local definir a Obama como “El salvador de la humanidad”. Sobra decir que si ésas son las expectativas, inevitablemente el presidente electo va a decepcionar.
Si bien todo el mundo sabe que, por muy mal que lo haga, sería prácticamente imposible empeorar la imagen de Estados Unidos que ha dejado el gobierno de Bush en el mundo, tampoco puede esperarse que, según está la economía mundial, Obama vaya a sacar una varita mágica que termine con todas las guerras, rescate la economía… y elimine de un plumazo a los dictadorzuelos africanos. Porque esta última es una de las cosas que le piden abiertamente en la prensa africana: que meta presión a gente como Paul Biya, el corrupto autócrata que lleva en el poder en Camerún desde 1982; Teodoro Obiang, el dictador de Guinea Ecuatorial que llegó a la silla presidencial en 1979 y se niega a abandonarla; Robert Mugabe, dictador de Zimbabue desde 1980; y muchos otros tiranos que mantienen a sus países sumidos en la más absoluta miseria, a pesar de ser exportadores de petróleo y de tener una impresionante capacidad de producción agrícola. Para esto, me temo, tendrán que esperar quizás a un segundo mandato, si es que de veras Obama llega un día a preocuparse por el tema. Por mucho que su padre fuera de Kenia y que su familia paterna siga viviendo allí, por mucho que la gente en Kenia siga dando a sus recién nacidos los nombres de Barak Obama y Michel Obama, si las expectativas son tan altas, la decepción colectiva será inevitable.
Desde mi llegada al país del África occidental, lo primero que me llamó la atención fue ver el nombre y la foto de Obama en cada una de las pantallas de ordenador de los internet cafés, en las camisetas de la gente, en las tiendas… No podía creer la importancia que tenían estas elecciones presidenciales norteamericanas en un país tan lejano como Camerún. Pero llegó la noche de las elecciones y todas mis dudas se despejaron: “Es nuestro presidente”, “Es nuestro presidente”, gritaban algunos cameruneses. El ver las lágrimas rodando por las mejillas de la gente y saltar de alegría con ellos en un país donde tampoco hay mucho que celebrar fue realmente algo inolvidable. No hubo manera de dormir en el hotel porque todo el mundo se concentró frente a la pantalla del televisor y, cuando entre las 3:30 y 4:00 de la mañana, empezó a quedar claro que la victoria era ya un hecho, festejamos y cantamos el nombre del nuevo presidente de Estados Unidos junto con el lema de su campaña, “Sí, se puede” (pero en inglés, claro).
Al día siguiente, varios colegas africanos me comentaron que, para ellos, el objetivo estaba cumplido: lo importante era conseguir el capital simbólico de tener a un afroamericano como presidente del país más poderoso de la Tierra. Eran, por tanto, conscientes de que, al menos durante los primeros años de su mandato, Obama tendrá prioridades mucho más importantes sobre la mesa que la situación sociopolítica y económica del continente en que todavía vive su abuela paterna. En contraste, las impresiones del ciudadano de la calle son muy diferentes: muchos conciben la victoria en la campaña presidencial norteamericana prácticamente como la segunda llegada del Mesías. De hecho, oí a uno de los entrevistados por una cadena de televisión local definir a Obama como “El salvador de la humanidad”. Sobra decir que si ésas son las expectativas, inevitablemente el presidente electo va a decepcionar.
Si bien todo el mundo sabe que, por muy mal que lo haga, sería prácticamente imposible empeorar la imagen de Estados Unidos que ha dejado el gobierno de Bush en el mundo, tampoco puede esperarse que, según está la economía mundial, Obama vaya a sacar una varita mágica que termine con todas las guerras, rescate la economía… y elimine de un plumazo a los dictadorzuelos africanos. Porque esta última es una de las cosas que le piden abiertamente en la prensa africana: que meta presión a gente como Paul Biya, el corrupto autócrata que lleva en el poder en Camerún desde 1982; Teodoro Obiang, el dictador de Guinea Ecuatorial que llegó a la silla presidencial en 1979 y se niega a abandonarla; Robert Mugabe, dictador de Zimbabue desde 1980; y muchos otros tiranos que mantienen a sus países sumidos en la más absoluta miseria, a pesar de ser exportadores de petróleo y de tener una impresionante capacidad de producción agrícola. Para esto, me temo, tendrán que esperar quizás a un segundo mandato, si es que de veras Obama llega un día a preocuparse por el tema. Por mucho que su padre fuera de Kenia y que su familia paterna siga viviendo allí, por mucho que la gente en Kenia siga dando a sus recién nacidos los nombres de Barak Obama y Michel Obama, si las expectativas son tan altas, la decepción colectiva será inevitable.
Cameruneses y afroamericanos cantan
No obstante, a mucha otra gente no le escapa que el bienestar de los países africanos están a la cola de los asuntos a tratar en las agendas presidenciales del llamado Primer Mundo y, por ello, les basta con tener en sus pantallas la imagen de un hombre que ha conseguido dinamitar todos los estereotipos habidos y por haber sobre la supremacía blanca. “Notre Victoire!” (“¡Nuestra Victoria!) rezaba triunfalmente el titular de uno de los diarios francófonos a la mañana siguiente; es decir, que pase lo que pase durante la presidencia de Obama, la victoria se concibe ya como un hecho en Camerún y, por extensión, en todo el continente africano. No sabes lo que es, me decían dos colegas afroamericanos de más de sesenta años, el tener ante tus ojos la victoria de un candidato negro que ha sido más elocuente y brillante que ninguno de sus competidores durante la campaña presidencial, cuando desde pequeños nos enseñaron a todos que éramos ontológicamente inferiores al blanco y que nunca podríamos llegar a tener su inteligencia; esto es un sueño hecho realidad.
Además de en África, parece que ha sido universal la celebración por tener por fin a un joven presidente en la Casa Blanca que rechaza el unilateralismo norteamericano de la dinastía Bush. Pero, más allá de la celebración y la utopía, lo bueno empieza ahora. Nunca he visto a la gente con unas expectativas tan altas para ningún presidente del mundo. Esperemos ahora que las dos palabras preferidas durante la campaña demócrata, “Cambio” y “Esperanza”, se hagan realidad. De momento, es obvio que Obama ha conseguido llenar de esperanza a un continente entero y por ello, le felicitamos desde aquí.
Además de en África, parece que ha sido universal la celebración por tener por fin a un joven presidente en la Casa Blanca que rechaza el unilateralismo norteamericano de la dinastía Bush. Pero, más allá de la celebración y la utopía, lo bueno empieza ahora. Nunca he visto a la gente con unas expectativas tan altas para ningún presidente del mundo. Esperemos ahora que las dos palabras preferidas durante la campaña demócrata, “Cambio” y “Esperanza”, se hagan realidad. De momento, es obvio que Obama ha conseguido llenar de esperanza a un continente entero y por ello, le felicitamos desde aquí.
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