lunes, 17 de noviembre de 2008

Versos de retaguardia (la historia de Ud.)

Por Ignacio López-Calvo
Partes de este poema fueron publicadas en Poetas y narradores de Iberoamérica. Ed. Marta de París. Buenos Aires: Georges Zanun Editores, 2007















y en Escritores españoles en Estados Unidos. Gerardo Piña-Rosales, ed. Antología. Nueva York: Academia Norteamericana de la Lengua Española, 2007









A Sofía López-Craig




I

Porque no sabía por qué,
ardían minutos uno a uno:
mi rostro se hundía entre puños,
la nariz se fundía con la mesa.
Te buscaba sin hallarte.

He de sosegarme, me decía,
hallar caminos hacia una luz compadecida,
despertar en otro hogar, ya liberado.

Bucearé
en sombras de apéndices inútiles
hasta toparme contigo.

De repente, casi sin quererlo,
llegaste
y fui ganándome día a día
un mudo descanso,
supremo desinterés,
emancipación de todo apego.

Nadé sin esfuerzo,
alerta,
abandonado en unidad,
al vaivén de ondas desconocidas.

Respirando ritmos,
miré espacios vacíos
limpiando mis sentidos de recuerdos,
y sudé presentes
asesinos de ideas
y de espaldas al tiempo.

Una mano meditante
guió mis pasos:
ya nada me falta,
supe al ver tu vida.
E hice las paces con la muerte.

II

Cayó, entonces, al olvido calculado
una queja hueca
de las que eximen cuitas
y desperezan almas.

Allí rezaron los álamos
un mantra ateo
y la mar quedó huérfana,
atrapada entre columnas,
lamiendo sus heridas,
mientras basiliscos, sierpes y alimañas,
reunidos todos,
recobraron la paz con tu sonrisa.

Aquel hombre del tiempo
ya no anuncia tornados.
Se ha quedado
sin pretéritos imperfectos
ni futuros simples.
Se ha bautizado en simplicidad:
todos los caminos llevan al camino.

III

Nace y muere la luz en la autopista.
This will be the day that I die,
insisten la radio y la tormenta.
Y… ¿tan grave sería? Ponderas.

Es entonces cuando un rostro,
su rostro,
nace en tu conciencia
encendiendo sombras.

IV

Pero resurgieron iras insensatas,
se asfixió la integridad
mandando aves a sus nidos,
y peces a sus mares:
llegaron ecos, sirenas del castigo.

Otro signo inconstante y viajero
que anhelaba no llegar a su destino,
nacería, sin avisar,
exigiendo palabras.

Ahora, en tierras planas
donde colinas y montes
se transmutan en cañones,
refugio de aguas y de árboles.

Luego de vuelta
a tierra de temblores.

Ya no importa. Respiro.

Eres mi portal, creo,
y te tengo para siempre.
Al verte, respiré una certeza
que creía imaginaria.
Tanta vida nómada llegó a su puerto
y nos hicimos sedentarios:
fundamos villas,
plantamos lagos,
resucitamos el desierto
y lo llenamos todo de raíces
para aprender a nacer.
V

Entró el goteo pausado
de las aguas de caverna
corrieron chasquis emplumados
y crecieron ceibas en la mar.

Caracoles de aldeas pirenaicas
y coquíes de fortalezas coloniales
compartieron un mismo flamboyán.

Y las partidas de dominó
siguieron en La Habana.

Soy ahora
caminante de barrios coloridos:
Burano, Caminito y el viejo San Juan
todo es uno y me devuelve
al momento en que naciste
en mis rodillas.

Ya verás:
pinos y tejas,
románico antiguo, castillos,
acueductos, soportales.

Ya lo sé.
No puedo mostrarte
aquél que soy, ni por qué,
ni describirte el punto exacto
hasta el que llegan mis raíces.

Ni vale la pena narrarte
hacia dónde te llevan
los cuatro puntos cardinales,
ni lo que he descubierto
últimamente en mi cabeza.

Ya lo desaprenderás tú,
y cuando hayas viajado lo viajado
leído lo leído, sentido lo sentido
y llorado lo llorado.

Verás por qué te digo
que serán tus propios pasos
los que te abran el camino.

Si tú eres mi portal,
el tuyo está en ti misma.

No te digo que sea fácil.
Recuerda tan sólo dos cosas:

No hay secretos.
No estarás sola.

Y yo, mientras tanto,
aprenderé a morir un día
evocando tu imagen redentora.

VI

Y es que pasan los días buscando el saber,
rindiendo pleitesía al conocimiento supremo,
acumulando,
hasta que se llega al lugar de lucidez
que nos anima a desaprender,
sí,
a desaprehenderse,
a desprenderse,
a vaciarlo todo
y, por tanto,
a vaciarnos del vacío,
a vaciarnos para poder crear.
A vaciarnos.

Llega el instante de la marcha atrás
y habrá que desleer y desvivir,
habrá que construir la destrucción.

Y ésa es la otra cara de la moneda.
Ya verás.

Ahora me dices
que te gusta oír latir mi corazón,
pero algún día sabrás que oías el tuyo.

Y cuando salgas de este sueño
de begonias, hadas
y caballitos de madera,
y tengas que soltarte de mi mano
para siempre,
verás que siempre es nunca
y que, como las sombras de Rosalía,
caminaré contigo, para ti,
sin molestarte, claro,
a la distancia,
velando por tu bien,
y así,
también por el mío.

Y cuando, quizá, pienses
que ya sólo estos versos
te han quedado de mí,
errarás rotundamente:
seguiré en ti, para ti.

Por ahora, habremos de esperar
el instante adecuado
en que regalarte la palabra
algarabía.

Y te tengo guardadas
más sorpresas:

El portal hacia lo nuevo,
la antesala del ingenio,
la boca del éxito,
ya verás,
es la imitación.
Elige, admira, emula, traiciona.

Ignora estos consejos.

Ah, por cierto, ya descubrirás
que no es tanto cuestión de buscar
como de darse cuenta
de lo que se ha encontrado.

Más que un laberinto
o una biblioteca,
como dijo el ciego,
la vida es un rebaño de ovejas
que avanza lento y recto
por una sola cañada,
dejando heces
y balando.

Sólo unas pocas,
las elegidas,
se extravían.
Así es.

Te pido a cambio
que sientas el aroma
de la piedra mojada;
que escuches la voz
de la boca que ames
y compartas con ella
rincones secretos;
que descubras el duende
de quien burla los ecos
y lo imites
(vives para crear).

Te pedimos raíces:
que las recuerdes
o las extirpes, si hace falta,
pero que vivas su presencia.

Cuando ya no me pidas
que te cante ni que corra contigo,
cuando ya no hagan falta mis consejos,
entonces léeme;
he de darte gracias
por descifrarme los arcanos
del portal.


VI

Dime,
¿cómo es ese mundo que habitas?
y yo ¿por dónde ando?
¿cuál es el verdadero, el tuyo o el mío?

Se desvanecerá un día
(ojalá no del todo)
y verás que entre tus buenos y tus malos
hay muchos matices.

Y en este otro mundo,
no tan puro, hermoso y seguro,
habrás de buscar alianzas
y esquivar trampas
pero a fin de cuentas,
quiero que sepas
que habrás de ser tú
quien se abra los caminos
y encuentre los portales.

Ganar, perder, éxitos o fracasos,
eso estará a veces fuera de tu alcance.
Pero hay que prepararse
por si llega el momento,
(que siempre llega, si sabes esperar).

Felicidad, tristeza…
fuera de tu alcance también.
Pero habrás de buscar una
y evitar la otra
con todas tus fuerzas.

Ésa es la clave.

Y mientras tanto,
respira los aromas infinitos,
deshila anocheceres eternos,
sueña sabores impensables.
Toca el mundo y apodérate de él.

VII

Me cuentas que has soñado
con estrellas y dragones
que sonríen al darles de comer.

Me cuentas que te gustan los truenos
y que yo soy tu príncipe.

Me cuentas que te asustan los monstruos
del pasillo y que no te gusta
que me vaya a trabajar.

Me cuentas tantas cosas…
pero no te escucho, la verdad,
porque quedo hipnotizado,
agradecido, mirándote.

Más eterna, más monumental
es tu sonrisa
que todos los dragones
y fénix imperiales.

VIII

Me propuse huir de lo anecdótico,
de esos clichés de retaguardia
que matan al poema,
del suspiro ajado que envejece…
y, sin embargo,
no me sale otra cosa
que el amor:

Sólo tú me importas,
estandarte,
credo eterno,
burladero de la nada,
salto al vacío.

Tu ausencia es un anuncio
de un dolor imposible que me aterra;
tu voz, en cambio,
es clave y soportal.

Es agua de lluvia que redime.

IX

Has de concebir un día
otro eslabón en la cadena.

Y sólo el latido acelerado del milagro
y los sonidos de la vida
te revelarán el infinito en lo más mínimo.

Sólo entonces sabrás
por qué te dije
que eras mi portal,
por qué escribí que tú eras el camino,
el soportal,
por qué te hablé de raíces,
del vacío y de la nada,
de lo eterno y de las sombras,
de presencias y de ausencias.

Sólo con la réplica del momento
en que naciste en mis rodillas
volverá a emitir la mar
quejidos huérfanos,
sólo cuando tus brazos
cuenten también con el poder
de acallar el llanto con amor,
verás qué es lo que escribo.

Y es que nada hay tan hermoso
como tu alegría.

Sabrás, entonces,
por qué perdí la vergüenza
a escribir sobre el amor.

Sabrá, entonces,
por qué ese señor con barba
escribía sobre usted.

X

No es cierto que todas las rosas
sean la misma rosa,
como dijo el poeta:
te vi nacer y vivir,
y declaré
que sin ti yo no sería.

Eres el fin de los principios
Y el principio del fin.

XI

A un pagano en Sion
le regaña un jasídico
por no creer en su dios.

Le dice que rece, que crea,
que piense, que abra los ojos
a su ortodoxia.

Pero ni en su Muro de Lamentos
con kipás, talits, tefilines, torás, talmudes
y rítmicos sombreros,
con letras sagradas y oraciones, [350]

ni en la enemiga Plaza de Mezquitas,
ni en el piadoso llamamiento
del almoacín en su minarete,
ni en la gran mezquita
con tumbas sagradas de patriarcas
(por las que se matan unos y otros)

ni en las oraciones arrodilladas
en Getsemaní,
Dominus Flevit,
el Monte de los Olivos,
la Vía Dolorosa,
ni en todos los sacros lugares
con sepulcros y natividades,

con ojos velados de iluminados
y aleluyas
y místicos cantos en latín

vio un atisbo
del verdadero milagro
de verte recién despertada
sentándote, despeinada
y sin pedir permiso,
en sus rodillas.

El diminuto Jordán
y el milagroso Mar de Galilea
le parecieron, además, [375]
bastante menos sagrados
que la piscina del barrio
cuando nadas con él.

Con sus patillas rizadas,
le exigía que creyera,
que se arrepintiera,
sin saber que no precisa
sus consejos:

el que de veras tiene ya
su axis mundi
no necesita que lo imiten.

No sabía, el pobre,
que tú fuiste y sigues siendo
mi kensho, mi satori y mi nirvana;
todo en uno.






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